LA SEÑAL DEL CRISTIANO

“Hijos míos me queda poco de estar con vosotros”

El texto de hoy tiene la solemnidad y la gravedad de una despedida, de un testamento.

Jesús se va y su legado es un mandato nuevo, nos manda amarnos con un amor que es elevado a la categoría de signo, de testimonio.

En la reflexión encontramos algunas paradojas: califica de nuevo un mandato que ha estado presente en todas las páginas del Evangelio, en toda la doctrina y la vida de Jesús y también resulta paradójico que se nos mande amar. Dos términos y dos realidades contrapuestas, sabemos que el amor no puede imponerse, sino que es un sentimiento que surge de nuestro interior motivado por algún tipo de atracción, mientras que un mandato siempre resulta una imposición sobrevenida del exterior.

Y es que la novedad no está en la exigencia de amor, sino que la encontramos en dos características. Una es la calidad de ese amor. Hay que amar como Jesús, entrega total y hasta el final, hasta dar la vida. La segunda es que en este momento no habla del amor universal, es decir a todos incluso al enemigo; ni habla del cotidiano amor fraterno y familiar. Habla del amor entre los suyos entre sus seguidores.

Siendo hombre conoce nuestra condición humana y ha vivido de cerca la rivalidad, envidia y enfado entre sus discípulos, entre compañeros y hermanos, entre aquellos que han respondido a su llamada y han querido seguirle. Las disputas entre sus amigos debieron ser notables pues no las cuentan todos los sinópticos, Mateo, Marcos y Lucas.

“…estando en la casa, les pregunta: ¿De qué ibais tratando en el camino? Mas ellos callaban, y es que habían tenido en el camino una disputa entre sí, sobre quien de ellos sería   el mayor de todos” (confr. Mateo 18, 1-6; Marcos 9, 33-37; Lucas 9, 46-48).

La madre de los Zebedeos se acercó y él le dijo: ¿Qué quieres? Ella contestó: Di que se sienten estos dos hijos míos, el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, en tu reino.” Confr. Mateo 20,21)

            “Al oír esto, los ostros diez se indignaron contra los dos hermanos” (Mt. 20,24)

El amor que aquí nos lega y que nos manda, como su última voluntad” es que nos amemos ente nosotros “Entre los seguidores de Jesús, no puede haber ni rivalidades ni celotipias, ni hostilidad y rencor. La única cabeza es Cristo y todos los demás somos hermanos. Somos comunidad y la comunidad, para serlo, ha de tener un aglutinante y este ha de ser precisamente el amor. Un amor que Jesús eleva a la categoría de testigo. “En esto conocerá que sois de los míos, en que os améis uno a otros”

Sor Áurea Sanjuán