Aunque han pasado ya días desde el 4 de agosto, hemos logrado el texto del discurso en el que el Maestro de la Orden, Fray Bruno Cadoré, presentaba el Capítulo al Papa Francisco, en la audiencia que Francisco concedió por este motivo a los dominicos. También ofrecemos las fotos de la Misa de clausura del capítulo, en la iglesia del convento de Bolonia.

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Presentación del Capítulo General de la Orden de Predicadores
a su Santidad el Papa Francisco
(4 de agosto de 2016)

Santo Padre:

En nombre de los miembros del Capítulo General de la Orden de Predicadores, que se celebra en Bolonia desde pasado del 16 de julio y que concluirá hoy con la misa solemne de la Fiesta de santo Domingo, presento a Su Santidad nuestro sentimiento de gratitud por habernos concedido esta audiencia. Este encuentro con Su Santidad al culminar nuestro capítulo es particularmente significativo para nosotros, más aún, en este año en el que recordamos la confirmación por parte del papa Honorio III de la intuición de Domingo de Guzmán hace ochocientos años. En un tiempo de profundas mutaciones para la Iglesia y las sociedades europeas, Domingo, siguiendo las orientaciones trazadas por el cuarto Concilio de Letrán, quiso proponer a la Iglesia una Orden de Predicadores que reuniera a frailes, monjas y laicos en una misma misión que el papa Honorio III definiría como «evangelización del nombre de nuestro Señor Jesucristo». Nos alegra de modo particular conmemorar este acontecimiento en el marco del año extraordinario de la Misericordia que su Santidad ha ofrecido a la Iglesia, recordando que Domingo de Guzmán, hombre de compasión y de misericordia hacia los pecadores y los pobres, fue descrito muchas veces como predicador de la gracia.

La Orden de Predicadores celebra un capítulo general cada tres años, según tres modalidades sucesivas: un capítulo de definidores, delegados que no tienen tareas de gobierno y son elegidos por las provincias; le sigue un capítulo de priores provinciales y, finalmente, un capítulo que reúne priores provinciales y otros definidores y delegados elegidos por las entidades; este último es el capítulo electivo.

Me alegra presentar hoy a Su Santidad a los miembros de nuestro capítulo de provinciales, conformado por 44 priores provinciales, 6 vicarios provinciales, el actual Maestro de la Orden y los maestros de la Orden precedentes. Este año, Fray Timothy Radcliffe no pudo participar por razones de salud. Fray Carlos Azpiroz, que ya no es miembro del capítulo, me pidió transmitirle su saludo respetuoso y fraterno. También acostumbramos invitar a otras personas a unirse al Capítulo. Entre dichos invitados están algunos frailes de la Orden: dos hermanos laicos, cooperadores, con el fin de enfatizar la importancia de dicha vocación especifica dentro de nuestra Orden; estás presentes también el Director de la Escuela Bíblica de Jerusalén; siete frailes miembros de la Curia General y un experto en derecho canónico. Hemos invitado además a este capítulo a algunos representantes de las otras ramas de la Orden o de la familia dominicana: dos monjas contemplativas, dos representantes de las hermanas dominicas apostólicas, el Presidente Internacional de las Fraternidades Laicales Dominicanas, un representante del Movimiento Juvenil Dominicano Internacional y un representante de las Fraternidades Sacerdotales Dominicanas. Nos acompaña igualmente un equipo de traductores
e intérpretes. Dado que este año celebramos el Jubileo de la Orden, he invitado también a la Comisión Internacional de monjas de la Orden a celebrar su encuentro anual en Bolonia, en las mismas fechas del Capítulo y las hemos invitado a venir también hoy con nosotros. Queremos manifestar así la importancia y el lugar esencial que tienen nuestras monjas, desde los comienzos, en la misión de la Orden de la que ellas hacen parte, y que se expresa por la relación de cada monja y cada monasterio con el Maestro de la Orden. Con todos ellos y ellas, le expreso, Santo Padre, nuestra afección filial y nuestro deseo de servir a la misión evangelizadora de la Iglesia.

En este año del Jubileo de la Orden, la preparación del capítulo general nos ha llevado a prestar una atención muy especial al llamado que nos hace la Iglesia y que usted mismo nos recuerda con insistencia, a renovar nuestra generosidad en la evangelización. Servidores del ministerio de la predicación, de la evangelización, quisiéramos darle importancia especial a nuestra contribución al desarrollo de una cultura del encuentro, a una Iglesia del pueblo de Dios en camino, animada por el deseo de ir más allá de sus círculos habituales. Una Iglesia que sea profeta de comunión y de unidad entre los hombres, que promueva particularmente la participación en la vida de todos aquéllos y aquéllas que carecen de voz en este mundo globalizado dirigido muchas veces por principios marcados por una economía dominante. El camino de renovación de nuestra vocación de predicadores, miembros de una Orden mendicante, volviendo a las fuentes de la tradición iniciada por santo Domingo y san Francisco, nos ha llevado a enfatizar tres aspectos:

El primero es la necesidad de ajustar las estructuras de vida de los frailes, de las comunidades y de las provincias, de modo que vida y misión se conjuguen en una unidad dinámica. ¿Cómo hacer para que la perspectiva de nuestra misión evangelizadora no sea primordialmente funcional (nuestras instituciones, nuestras estructuras, la influencia de nuestro patrimonio, de nuestros ministerios…) sino que tenga, ante todo, una dimensión existencial, que sea un espacio de realización y de alegría para las personas, una oportunidad para que las comunidades resplandezcan como «parábolas de comunión», como le gustaba decir al Hermano Roger de Taizé? La comunión fraterna y la esperanza para el mundo constituyen el crisol de la «conversión pastoral» y de la promoción mutua de nuestras vocaciones de predicadores.

El segundo aspecto es la pasión de Domingo por inscribir el ministerio de la Palabra en una dinámica de conversación, diálogo, escucha y encuentro. Al elegir imitar a Jesús predicador, itinerante y mendicante de la hospitalidad para la Palabra, Domingo quiso contribuir, en la medida de sus posibilidades, a la voluntad de la Iglesia de renovar su presencia en el mundo y su relación tanto con los creyentes como con los no creyentes. Su modo específico de predicación del Evangelio era la fraternidad. Quisiéramos que esos mismos criterios orienten hoy la evaluación de nuestras presencias evangélicas y apostólicas, al igual que las formas de colaboración indispensables tanto entre los frailes como dentro de la familia de frailes y hermanas, laicos y clérigos, de Domingo. Este capítulo fue precedido por una peregrinación de un centenar de frailes estudiantes y hermanas jóvenes provenientes del mundo entero para caminar sobre los pasos de Domingo. Al inicio del Capítulo, estos jóvenes nos dirigieron un mensaje, que creo, ha sido decisivo. Su alegría de pertenecer a una Orden en la cual, a partir de la diversidad cultural, lingüística y social, nace la comunión en la medida en que cada uno brinde plenamente sus propios dones. En este sentido, el capítulo llama a desarrollar la colaboración, la solidaridad, los proyectos internacionales e interculturales.

El tercer aspecto lo forman las prioridades que orientarán las nuevas iniciativas que queremos asumir. El estudio, en cuanto que constituye una de las primeras observancias en la Orden, es un criterio importante. Un estudio que se sitúe entre la escucha de la Palabra, el apoyo en un conocimiento profundo de la tradición de la Iglesia y la preocupación por un diálogo abierto y riguroso con el pensamiento contemporáneo. Buscando dicho equilibrio, quisiéramos promover aún más el diálogo entre predicación, ministerios y teología, buscando hacer cada vez más inteligible la revelación de la Verdad que libera en medio de la conversación entre Dios y su pueblo. Quisiéramos llevar a cabo esta misión brindando toda nuestra atención a las prioridades enfatizadas a lo largo de nuestra historia: el encuentro entre culturas, el diálogo con las otras religiones, el afán de llegar a aquellos y aquellas que no están familiarizados con la fe, la amistad con los pobres, los maltratados y los olvidados. ¿Cómo escuchar la voz de Dios sin dejarnos interpelar y desinstalar por la voz de los que no tienen voz en este mundo, a partir de quienes se puede crear verdaderamente una comunión humana con la esperanza de la salvación? Sin duda, uno de los ejes privilegiados de dicho ministerio de la Palabra hoy debe ser la promoción de la participación de todos, laicos y clérigos, mujeres y hombres, consagrados o no, en un mismo ministerio de la Palabra que, en los tiempos de santo Domingo, se llamaba «santa predicación».

Santo Padre, el Señor nos concede la gracia de contar en la actualidad con un fraile en formación inicial por cada seis frailes de la Orden, repartidos en todas las regiones del mundo. Nuestro mayor deseo es escuchar verdaderamente lo que nos dice el Señor al llamar a esos jóvenes a dar su vida al servicio de la evangelización de su Palabra. Le expreso de nuevo, nuestra profunda gratitud filial por la confianza que su Santidad nos manifiesta y me permito pedirle humildemente que ore por nuestra Orden y nos bendiga para que, ocho siglos después de su fundación, tengamos el valor, la alegría y la generosidad de confirmar en el mundo de hoy, la intuición que Domingo nos dejó como herencia.

Fray Bruno Cadoré, O.P.
Maestro de la Orden de Predicadores

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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN EL CAPÍTULO GENERAL
DE LA ORDEN DE LOS FRAILES PREDICADORES (DOMINICOS)

Sala Clementina
Jueves 4 de agosto de 2016

Queridos hermanos y hermanas:
Hoy podríamos describir este día como “Un jesuita entre frailes”: a la mañana con ustedes y en la tarde en Asís con los franciscanos: entre frailes.
Les doy la bienvenida y agradezco el saludo que Fray Bruno Cadoré, Maestro general de la Orden, me ha dirigido en nombre propio y de todos los presentes, ya culminando el Capítulo general, en Bolonia, donde desean reavivar sus raíces junto al sepulcro del santo Fundador.
Este año tiene un significado especial para vuestra familia religiosa al cumplirse ocho siglos desde que el papa Honorio III confirmó la Orden de los Predicadores. Con ocasión del Jubileo que celebran con este motivo, me uno a ustedes en acción de gracias por los abundantes dones recibidos durante este tiempo. Además quiero expresar mi gratitud a la Orden por su significativo aporte a la Iglesia y la colaboración que, con espíritu de servicio fiel, ha mantenido desde sus orígenes hasta el día de hoy con la Sede Apostólica.
Y este octavo centenario nos lleva a hacer memoria de hombres y mujeres de fe y letras, de contemplativos y misioneros, mártires y apóstoles de la caridad, que han llevado la caricia y la ternura de Dios por doquier, enriqueciendo a la Iglesia y mostrando nuevas posibilidades para encarnar el Evangelio a través de la predicación, el testimonio y la caridad: tres pilares que afianzan el futuro de la Orden, manteniendo la frescura del carisma fundacional.
Dios impulsó a santo Domingo a fundar una «Orden de Predicadores», siendo la predicación la misión que Jesús encomendó a los Apóstoles. Es la Palabra de Dios la que quema por dentro e impulsa a salir para anunciar a Jesucristo a todos los pueblos (cf. Mt 28,19-20). El padre Fundador decía: «Primero contemplar y después enseñar». Evangelizados por Dios, para evangelizar. Sin una fuerte unión personal con él, la predicación podrá ser muy perfecta, muy razonada, incluso admirable, pero no toca el corazón, que es lo que debe cambiar. Es tan imprescindible el estudio serio y asiduo de las materias teológicas, como todo lo que permite aproximarnos a la realidad y poner el oído en el pueblo de Dios. El predicador es un contemplativo de la Palabra y también lo es del pueblo, que espera ser comprendido (cf. Evangelii gaudium, 154).

Transmitir más eficazmente la Palabra de Dios requiere el testimonio: maestros fieles a la verdad y testigos valientes del Evangelio. El testigo encarna la enseñanza, la hace tangible, convocadora, y no deja a nadie indiferente; añade a la verdad la alegría del Evangelio, la de saberse amados por Dios y objeto de su infinita misericordia (cf. ibíd, 142).
Santo Domingo decía a sus seguidores: «Con los pies descalzos, salgamos a predicar». Nos recuerda el pasaje de la zarza ardiente, cuando Dios dijo a Moisés: «Quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado» (Ex 3,5). El buen predicador es consciente de que se mueve en terreno sagrado, porque la Palabra que lleva consigo es sagrada, y sus destinatarios también lo son. Los fieles no sólo necesitan recibir la Palabra en su integridad, sino también experimentar el testimonio de vida de quien predica (cf. Evangelii gaudium, 171). Los santos han logrado abundantes frutos porque, con su vida y su misión, hablan con el lenguaje del corazón, que no conoce barreras y es comprensible por todos.
Por último, el predicador y el testigo deben serlo en la caridad. Sin esta, serán discutidos y sospechosos. Santo Domingo tuvo un dilema al inicio de su vida, que marcó toda su existencia: «Cómo puedo estudiar con pieles muertas, cuando la carne de Cristo sufre». Es el cuerpo de Cristo vivo y sufriente, que grita al predicador y no lo deja tranquilo. El grito de los pobres y los descartados despierta, y hace comprender la compasión que Jesús tenía por las gentes (Mt 15,32).
Mirando a nuestro alrededor, comprobamos que el hombre y la mujer de hoy, están sedientos de Dios. Ellos son la carne viva de Cristo, que grita «tengo sed» de una palabra auténtica y liberadora, de un gesto fraterno y de ternura. Este grito nos interpela y debe ser el que vertebre la misión y dé vida a las estructuras y programas pastorales. Piensen en esto cuando reflexionen sobre la necesidad de ajustar el organigrama de la Orden, para discernir sobre la respuesta que se da a este grito de Dios. Cuanto más se salga a saciar la sed del prójimo, tanto más seremos predicadores de verdad, de esa verdad anunciada por amor y misericordia, de la que habla santa Catalina de Siena (cf. Libro della Divina Dottrina, 35). En el encuentro con la carne viva de Cristo somos evangelizados y recobramos la pasión para ser predicadores y testigos de su amor; y nos libramos de la peligrosa tentación, tan actual hoy día, del nosticismo.
Queridos hermanos y hermanas, con un corazón agradecido por los bienes recibidos del Señor para vuestro Orden y para la Iglesia, los animo a seguir con alegría el carisma inspirado a santo Domingo y que ha sido vivido con diversos matices por tantos santos y santas de la familia dominica. Su ejemplo es impulso para afrontar el futuro con esperanza, sabiendo que Dios siempre renueva todo… y no defrauda. Que Nuestra Madre, la Virgen del Rosario, interceda por ustedes y los proteja, para que sean predicadores y testigos valientes del amor de Dios. Gracias!

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