PERMANECED EN MÍ

La vid es una planta que requiere de un exquisito cuidado si queremos que de fruto, paradójicamente el cuidado consiste en empuñar sin piedad las tijeras podadoras, hay que cortar los sarmientos viejos, los del año anterior dejando la cepa con apenas dos o tres nudos, luego cuando ha echado el follaje otra vez tijera en mano para cortar las ramas que no llevan fruto y desmochar las que lo llevan. De esta drástica poda se benefician los racimos que así obtienen mayor cantidad de savia.

Esto es lo que percibimos en las podas de viñedos pero los estudiosos nos alertan de que la analogía tiene sus matices, “podar” no es una traducción exacta ya que en este evangelio equivale a algo así como “limpiar, purificar,” es decir «cuidar» el Padre, el mismo Dios, es quien nos cuida. El es el labrador. No castiga,  cuida y sana. Nos mima, su poda equivale a liberarnos de todo lastre, de todo aquello que impide o dificulta que la savia, la vida divina, anime todos los resquicios de nuestro ser. Su poda equivale a hacer de su cepa una autentica comunidad.

Los sarmientos, todos nosotros, formamos comunidad unidos a la cepa que es Cristo que con su savia, con su vida nos vivifica. Entre nosotros no puede haber sarmientos secos alejados de esa vida divina, de ello se encarga nuestro cuidador, Dios, pero que a la vez nos exige colaborar, participar en la tarea, que nos incube a nosotros. Nos exige no estar inactivos sino alerta y abiertos a su acción, nuestra tarea PERMANECER. Mantenernos adheridos a la cepa para que ningún mal labrador nos incite a “liberarnos” a la falsa libertad de desgajarnos de ella.

«Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.»

Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada.»