Fr. César Valero, op

Queridas hermanas:

Rodeados y habitados por el incomparable gozo de la Pascua del Señor Jesucristo, quiero hacer llegar hasta cada una de Vds. mi felicitación pascual, acompañada de la reflexión que a continuación les ofrezco:

“Ellos se llenaron de alegría al ver al Señor (Jn 20,20)”

Nuestra vida, hermanas, bien lo sabemos, ha de ser siempre un continuo retorno al Señor Jesucristo para descubrir en Él el sentido de nuestra vida, la razón de nuestra esperanza, la causa de nuestra alegría, la urgencia a pasar por el mundo como Él: “Haciendo el bien” (Hc 10,38).

Este retorno constante a Él se intensifica, si cabe, en las fiestas pascuales. Tras el desconcertante fracaso del juicio, condena y muerte del Maestro; los suyos se sienten, a los pocos días, invadidos por el inenarrable gozo de experimentarle vivo.

Así mismo nosotros degustamos, a veces, el sabor amargo de la vida. Sabemos de fracasos y limitaciones, de tristezas de origen difuso, del destello de variadas tentaciones. También estos puntos oscuros son parte de la vida; cuyos caminos, de vez en cuando, se tornan arduos y difíciles. Es entonces cuando hemos de volver con particular intensidad a fijar nuestra mirada y nuestro corazón en los horizontes de la Pascua. El Señor Jesucristo está allí: Vivo, Resucitado de entre los muertos, Vencedor de todo mal, Inagotable manantial de esperanza.

Al mirarle a Él quedan iluminados los grandes e inquietantes interrogantes al pie de sepulcro: ¿es esto el final?; ¿somos fagocitados por la nada?; ¿nos sumergimos para siempre en el silencio, en el frío de la oscuridad sin fin, en la progresiva descomposición?; ¿qué o quién nos espera: la soledad sin rostro del vacío o la faz luminosa del Amor? Al mirarle a Él nos sentimos inundados por la vida y resuenan con fuerza sus palabras: “En la casa de mi Padre hay muchas estancias. Me voy a prepararos sitio. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Creed en Dios y creed también en mí” (Jn 14,1-2). “El que cree en mí no morirá para siempre” (Jn 11,25).

“Ellos se llenaron de alegría al ver al Señor (Jn 20,20)”

Y nosotros queremos vivir y ser portadores también de esta alegría única. La alegría pascual, que deberá estar presente en cada uno de los ámbitos en los que se resuelve nuestra vida.

En su época al frente de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada, al Cardenal Eduardo Pironio le gustaba indicarnos que las comunidades religiosas deberían ser siempre comunidades pascuales, en las que uno, apenas llega, descubre que allí está Cristo Resucitado. Este descubrimiento tiene mucho que ver con lo que nosotros personal y comunitariamente transmitimos. Cuando todo nuestro ser expresa confianza inquebrantable en el Dios de la Vida, en quien creemos y en quien siempre esperamos. Cuando cada día apostamos por el amor más grande, el que nos enseñó Aquel que dio la vida por sus amigos. Cuando la alegría inexplicable ilumina nuestros días, también los grises y habitados por las lágrimas… entonces algo del Señor Resucitado se deja traslucir.

 

Hace unos días charlábamos fraternalmente al caer la tarde en uno de nuestros monasterios. En nuestra conversación se dejaba notar la preocupación por dar a conocer a las personas del entorno del monasterio lo que es la vida contemplativa dominicana. Conveníamos en que el monasterio, de alguna manera, debería ser algo así como un surtidor de mensajes divinos. Y cada mensaje divino ha de llevar en su entraña la alegría pascual.

Roguemos, hermanas, al Señor Resucitado para que el júbilo de su victoria sobre todo mal encienda nuestras vidas en esperanza y en alegría, que con generosidad y sencillez irradiemos a nuestro alrededor.

“Ellos se llenaron de alegría al ver al Señor (Jn 20,20)”

En su exhortación apostólica Evangelii Gaudium el Papa Francisco nos anima a adentrarnos en la gran corriente de alegría que recorre las páginas evangélicas. Y a poner esta alegría al servicio de la evangelización.

Los que dicen no creer en Cristo Resucitado tal vez comiencen a creer, o al menos a plantearse su apertura al misterio de la fe, cuando un día nos vean vivir como ya resucitados. Afrontar la dureza de la vida como ya resucitados. Adentrarnos en la limitación, la enfermedad y la muerte como ya resucitados.

¿Qué quiere decir “vivir como ya resucitados”?

Quiere decir rebosantes de confianza en la acción poderosa del Amor de Dios, que en la resurrección de Jesús, el Señor, se ha manifestado como vida plena, sin fin y sin amenazas.

Quiere decir que, con los grandes creyentes a la cabeza, proclamamos con todo nuestro ser que para nosotros la vida es Cristo, y una ganancia el morir, y que todo lo demás lo consideramos prescindible con tal de tener y de vivir al Señor Jesucristo (cf  Flp 1,21).

Quiere decir que en cada instante de nuestra vida está clara y luminosa, también en medio de cualquier quebranto, la meta de nuestro caminar: el encuentro con Él, Vida-inagotable; el inmenso abrazo de la ternura divina que disuelve en su Amor la dureza de nuestro corazón y nos sumerge en el para-siempre, libres ya de todo mal, de los parajes eternos de la dicha.

Quiere decir que con María, testigo de la Pascua y Madre de la esperanza; con Domingo de Guzmán, hombre alegre y de rostro iluminado por los resplandores de la fe, esperamos contra toda esperanza, fijos los ojos en Aquel que inicia y culmina nuestra fe, Jesucristo, el Señor (cf Hb 12,2), que dio su vida por nosotros y la recobró en abundancia haciéndonos ciudadanos del Cielo.

FELIZ PASCUA 2014

Fr. César Valero Bajo, OP

                                                                   Promotor General de las Monjas