Los ladrones son peligrosos, son sagaces y confían en nuestra imprevisión.

Si alguna vez te han robado, seguro que inmediatamente has puesto en marcha toda una batería de refuerzos para tu seguridad: llaves, candados, barras, cámaras de vigilancia; todo lo que supone una máxima alerta. Mientras tanto el ladrón, si ha conseguido un respetable botín se ríe del gasto añadido que nos supone el intento de defendernos cuando él en ese momento no va a volver, conoce bien este mecanismo. Y como buen ladrón es buen psicólogo, sabe que la alerta es difícil de mantener y pronto va decayendo. Cerrojos que no se cierran, cámaras que no se vigilan, puertas que quedan de par en par y bienes otra vez al alcance de la mano. Justamente en este momento te vuelven a robar. Pataleamos, denunciamos, nos lamentamos ¡si hubiera sabido que iba a venir el ladrón! ¡Tendremos que aprender! El ladrón siempre vuelve y vuelve justamente en el momento que ha decaído la alerta.

¿Qué nos está diciendo este evangelio?

 Nos dice que así como estimamos nuestra poca o mucha riqueza hemos de estimar el auténtico tesoro que ha depositado en nuestro corazón: el Reino.

Puedes vender o  no tus bienes pero si quieres ser cristiano tendrás que cuidar de no perjudicar al hermano, si tienes algo de más que no sea a costa de lo que él tiene de menos. 

La expresión evangélica es drástica y contundente “vende tus bienes y dalo a los pobres” son muy pocos los capaces de esta heroicidad especialmente aquellos que no están respaldados por una institución que  cubra sus necesidades. Pero el texto no habla tanto de dinero como y sobre todo de nuestra actitud ante él. Nos pide desprendimiento, generosidad y darle el valor real que no coincide con el bancario. Podremos tener muchos ceros a la derecha en nuestra cuenta bancaria pero nuestra confianza y nuestra seguridad se frustrarán si están apoyadas sólo en ella.

Jesús nos advierte “No temas pequeño rebaño” podrás  perder tus euros pero seguirás siendo rico si tu confianza está puesta en ese Reino que el Padre ha querido darte y que está dentro de ti… Descúbrelo, defiéndelo. Vigila para que el ladrón no se apodere de él.

Ya sabemos, la alerta es difícil de mantener. Nuestras riquezas materiales están en peligro pero el riesgo alcanza al tesoro que habita nuestro interior con un agravante, el enemigo es invisible. Es el tedio, el cansancio, la costumbre, la rutina pero sobre todo la superficialidad.

La superficialidad es el ladrón por antonomasia de nuestra profundidad espiritual. Puedo seguir con mis prácticas religiosas, puedo no fallar nunca, cubriendo mi vivir con un velo de aparente fidelidad. Pero ¿son cristianas mis actitudes? ¿Reacciono como cristiano frente a personas o circunstancias? Cabe un profundo examen personal y es preciso conectar la alarma, activar la alerta, el ladrón está al acecho y sustrae nuestro tesoro de manera inadvertida y sigilosa, por obra y gracia de la rutina y de la superficialidad mi cristianismo puede quedar reducido a normas, costumbres y rezos.  Alguien cayó en la cuenta y lo vociferó: “Sólo hubo un cristiano y éste fue Jesús”

Sor Áurea Sanjuán OP.