Hoy vemos a los discípulos de Jesús intentando rehacer su vida. La ilusión y la expectativa de un Reino nuevo hecho añicos. Había que volver a lo cotidiano y volvieron a tirar las redes. Es Pedro el que como siempre, toma la iniciativa: “Me voy a pescar”

Pero aquella noche creció la frustración, no pescaron nada.

Al amanecer un desconocido desde la orilla les grita:

 “Muchachos ¿tenéis pescado?”

A juzgar por el bronco y desabrido “no” de la respuesta, parece que a Pedro no le hace gracia la pregunta, debió sentirla como una punzada más a su abatimiento, sin embargo, accede a echar la red, aunque lo hace con cierta sorna, toda una noche bregando para nada ¿van a coger peces ahora que ya va siendo de día y han desaparecido las condiciones óptimas para la pesca?  

No lo siente así el joven Juan, en su enamorado corazón sigue latiendo la esperanza y no cabe la depresión. El desánimo de todos se rompe con su eufórico:

“ ¡Es el Señor!”

Y Pedro que se tira de cabeza al agua para alcanzar antes la orilla mientras los otros se esfuerzan en arrastrar la red tan repleta de peces que los compañeros de la otra barca acuden en su ayuda.

Juan debió recordar aquel otro día a las 4 de la tarde cuando al grito de “¡eureka!” (¡lo hemos encontrado!) comenzó su aventura.

Ese mismo Jesús les está esperando, ha llegado ya la plenitud, allí están el pescado y el pan sobre las brasas. Son las viandas que restablecerán su energía para retomar el camino. Ya son pescadores, cuidadores, de hombres. Su tarea ha comenzado. Son ellos, los apóstoles y somos nosotros que después de dos mil años intentamos seguir aquellas huellas que Jesús dejó marcadas en su paso por la tierra.

Con estas preciosas imágenes el evangelista intenta explicar lo inexplicable, lo que no cabe en palabras ni en conceptos. La entrañable experiencia Pascual que culminó dando a luz a una Iglesia lozana y joven y que ahora, tal vez algo envejecida, necesita, necesitamos, renacer a la vitalidad de sus comienzos.

Sin Jesús, la noche es larga, pesada y sin fruto. Con Jesús amanece el día, germina la tierra y brota la vida. Es el amor que mantiene la esperanza y la ilusión. Es el amor que desvela al desconocido: “ ¡es el Señor!

Sor Áurea