Regresan eufóricos. La misión ha sido un éxito, su debut no ha podido ser más exitoso. Todos hablan a la vez, todos gritan para hacerse oír, pero el único que escucha es Jesús y los escucha a todos pese a que todos a la vez reclaman su atención. Cada uno cuenta sus anécdotas y sus peripecias. Han curado enfermos, han espantado diablos, han triturado el mal. Han recorrido calles y plazas haciendo el bien. Nada llevaban y nada les ha faltado. La gente los acogía entusiasmada al comprobar que un cojo echaba a correr, que los ciegos recobraban la vista y los endemoniados la paz. Todos quedaban fascinados por lo que les decían de Jesús, todos querían conocer a Jesús.  ¿Habría llegado el Mesías tan largo tiempo esperado?

Cuando al fin el Maestro pudo meter baza entre aquella algarabía, entre aquel griterío nos asombra y maravilla su ternura y su humanidad:

“Venid, vamos nosotros solos a un lugar tranquilo a descansar un poco”.

 Vamos -podemos suponer que pensaría Jesús- a poner orden en este alboroto, a comentar con tranquilidad y sosiego, a poner los puntos sobre las íes. El éxito no ha sido vuestro ni vuestro el poder de hacer el bien. Si el mal se ha doblegado a vuestro paso ha sido por la Gracia derramada por el Padre Dios. Ha sido por los corazones hambrientos y ansiosos, abiertos por la necesidad.

No siempre será así. Vendrán épocas en que no os recibirán ni os escucharán. La gente habrá encontrado otras fuentes donde saciar su sed pero que sin embargo se acrecentará. De nada servirán vuestra llamada a la conversión porque se sentirán bien como están, rodeados y saturados de cosas y del prestigio que a vosotros os negarán. Os sentiréis solos, apartados y marginados.  Si solicitan alguno de vuestros servicios lo harán como a cualquier otro funcionario, como una burocracia más.  

No deberéis amilanaros por ello, tendréis que recordar que antes me despreciaron a mí. Tendréis que recordar lo que tanto os machaco que vuestro poder es solamente el poder de servir, al igual que yo, que no he venido a ser servido sino a servir, deberéis arrodillaros y lavar los pies de los más pobres y no esperéis agradecimiento ni reconocimiento alguno al contrario os mirarán por encima del hombro exigiéndoos mayor entrega.

Desde nuestro hoy, desde nuestro aquí y ahora y visto lo visto nos atrevemos a poner en la mente de Jesús estas consideraciones que por otra parte no pudo Él, en aquel momento, trasladarlas a sus amigos. La gente, aquella muchedumbre, ¡listos ellos!, al ver aparejar la barca adivinó las intenciones del grupo y echando a correr por tierra llegaron a la otra orilla antes que Jesús y sus discípulos. Al avistarlos los ojos de Jesús se humedecieron y su voz se entrecortó por la emoción. ¡Eran como ovejas sin pastor! Tenían jerarcas y jefes tanto religiosos como políticos, pero ¿alguien se interesaba realmente por ellos? Los hartos y satisfechos de pan y de religiosidad, ¿advertían la hambruna, también de pan, también de autentica religiosidad, que merodeaba, descarriada a su alrededor? Jesús, humano, profundamente humano, sintió compasión por ellos.    

Así el descanso y la intimidad con su grupo, todo quedó frustrado pues aparcando su propia necesidad, se puso a enseñar con calma, sin prisas y con sosiego. Una vez más se quedaron “sin tiempo ni para comer.

                                                                                               Sor Áurea