La viña es una imagen recurrente en el AT y especialmente significativa en el Nuevo. “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos”

Este fragmento del sermón de la cena que Juan pone en boca de Jesús nos sitúa en un contexto de profunda intimidad. Jesús habla confidencialmente con los suyos. Dentro de un rato vendrán a por él traicionado por uno de sus amigos.

Lleno de ternura y de amor se está despidiendo de ellos. Me voy, pero no os dejaré huérfanos. Mi sangre, mi vida, correrá por vuestras venas porque yo soy la vid y vosotros los sarmientos, no os desgajéis de mí

¿Qué se nos está diciendo con esta metáfora?

Nos habla de la necesidad de interiorizar a Jesús y con él su mensaje si queremos seguir sus huellas. Nos imaginamos caminando detrás de Él observando las marcas que van dejando sus pies para imitar su recorrido. Es la imagen que esta alegoría devalúa. Tampoco es adecuada la de sentirnos en su compañía. Jesús nos está diciendo algo más “sois uno conmigo. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos”.

No se puede concebir un sarmiento que no forme parte de la vid a menos que esté seco. Esa es nuestra Realidad, una Realidad que hay que escribir con mayúscula porque la nutre la savia divina y para distinguirla de esas realidades que nos acaparan y ofuscan pero que son aquellas con las que el Padre nos poda, son situaciones, actitudes y emociones que por banales podríamos confundir o asemejar al follaje que hay que desechar para que no consuma el nutriente necesario para dar fruto.

¿Qué fruto? Aquel que es Vida también con mayúscula. Hay quien dice: “quiero vivir mi vida” y ciertamente esa es la responsabilidad de cada uno, es preciso respetar y cuidar ese don que se nos ha dado, pero con frecuencia ese “vivir mi vida” se confunde con el vivirla egoístamente. Si nuestro sarmiento está unido a la cepa del egoísmo los frutos lo serán si no de muerte sí de sinsabor, de vida con minúscula. ¿No somos más felices cuando nos movemos en un ambiente de unión y concordia, de amistad?

De las primeras comunidades cristianas se decía “todos pensaban y sentían lo mismo”. Algo que nos parece inconcebible con nuestra mentalidad

 

individualista. Cierto, no podemos, ni es deseable, ser fotocopias unos de otros, pero si nos remontamos al nivel evangélico veremos que lo que se nos pide es permanecer como sarmientos de la cepa verdadera y dejar correr por nosotros la savia divina. Ella es la que nos unifica y nos hace miembros vivos del cuerpo vivo que es Jesús.

Pero no nos quedemos con la belleza y la poesía de este fragmento no sea que todo quede como el peyorativo “música celestial”. Es decir, como el sarmiento que por no dar fruto “lo arrancan y se seca”.

El Evangelio siempre nos pone con los pies sobre la tierra. “¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?” nos dirá en el momento de la ascensión de Jesús.

Sus palabras han de permanecer en nosotros y sus palabras, su mensaje, es repetitivo: “Tuve hambre, estuve desnudo, en la cárcel” “lo que hacéis a uno de estos, a mí me lo hacéis” en definitiva: “Amaos”. “En esto conocerán que sois de los míos”

Valoremos nuestra pertenencia a Jesús, nuestro estar enraizados en Él, pero no malgastemos el nutriente divino con la hojarasca, dejémonos podar, no olvidemos su Palabra y daremos frutos de plenitud humana, frutos de Vida divina.

Sor Áurea