Traer esa imagen a nuestro hoy resulta para muchos cuanto menos anacrónica, seguramente no han visto nunca ni un rebaño ni un pastor, al menos no los han visto pasar por delante de su casa. Yo sí tuve esa experiencia pese a que vivía en la entonces importante y céntrica “calle de las tiendas”. Formaba parte de nuestro juego infantil observar cómo cada oveja conocía su casa y cómo al acercarse   se iba separando del grupo y al llegar se adentraba en ella.   Esta escena de los años 40 no sólo dejó de ser familiar, sino que ahora tiene connotaciones negativas. No queremos formar parte de lo que consideramos aborregamiento y no queremos ser una sumisa oveja.

Para entender textos tan antiguos es preciso traspasar los umbrales de tiempo y cultura, desechar de ellos lo accidental y así llegar al núcleo y descubrir el mensaje esencial que escapa a todos esos condicionamientos y que en el caso de los evangelios siempre goza de plena actualidad.

Aplicado a la parábola de hoy ¿Cuál es el mensaje que nos atañe?  ¿Qué nos dice a nosotros, a cada uno?

Me dice que hay Alguien que me cuida impulsado no por algún tipo de interés sino por auténtico amor y cariño. Me conoce y me llama por mi nombre, tiene conmigo una relación de cercanía, me procura buenos pastos y se arriesga por defenderme de las garras de tantos lobos que merodean en mi derredor. Da por mí su vida y la da sin pasarme factura pues la entrega libremente.

Se preocupa por mí pero también por aquellos que están lejos y escapan de su cuidado, pero no de sus desvelos. El lobo y el ladrón dispersan el Pastor bueno reúne. Todos caben en su redil, todos pueden gozar de su seguridad y paz.

Él es Jesús, el Buen Pastor, hoy podríamos decir el “buen gobernante” pero no, es algo más, su gobierno su poder, es el de la bondad y el servicio. Justo el pastoreo que han de ejercer obispos y sacerdotes que por su función en la Iglesia se sienten y los consideramos pastores. Pero no sólo ellos lo son, también nosotros lo somos unos de otros.  Cuidarnos, ayudarnos, tener relaciones de igualdad y cercanía. Comunicarnos, contagiarnos la fe.

Ser pastor y no funcionario asalariado. El asalariado, el que no siente como suyas las ovejas ni se implica en su seguridad y bienestar en cuanto ve venir el lobo, en cuanto asoma el peligro se inhibo de sus funciones y las abandona a su suerte.

No. No cabe sentirnos “pastores” entendiendo por ello algún grado de superioridad, todos somos seguidores de Jesús y como Él “no hemos venido para ser servidos sino para servir”. El único liderazgo ha de ser el del amor y la bondad.

Celebremos pues sin complejos, con alegría y provecho esta fiesta del Buen Pastor.

Sor Áurea