Este domingo la liturgia nos ofrece el mismo evangelio que el pasado, pero en la versión del evangelista Lucas. Nos narra la aparición de Jesús a la Comunidad de los apóstoles.

 Hoy se nos describe el ambiente previo a ella. Han llegado llenos de entusiasmo los dos discípulos que habían marchado Emaús desilusionados y frustrados. ¡Lo han visto y han cenado con él!, al partir el pan han reconocido al Maestro.  

Es fácil imaginar el alboroto, la emoción y también las dudas y el escepticismo que el relato provocó. Pero de pronto la algarabía enmudeció.  Sorprendidos y asustados, allí en medio de ellos les pareció ver un fantasma ¿un fantasma? No, en medio de ellos estaba Jesús.  

  • “¡Paz a vosotros! ¿Por qué os alarmáis? ¿por qué surgen dudas en vuestro interior?”  
  • “¿Por qué?” -podrían replicar- “han matado al Maestro y nosotros mismos nos sentimos amenazados. Habíamos puesto en
  • él toda nuestra esperanza y todo lo abandonamos por seguirle. Por eso nos sentimos angustiados y con miedo”

Así, los evangelios pascuales insisten en disipar el temor y es que el miedo no liga bien con la fe. El miedo es inseguridad y turbación. La fe es confianza y seguridad, “sé de quién me he fiado” nos dirá san Pablo. El fragmento de hoy es todo un empeño en hacer creíble la Resurrección. Ver, tocar, comer. Pero ¿pueden los sentidos hacer surgir la fe?

Quedémonos con la bienaventuranza que el domingo pasado el evangelista Juan puso en boca de Jesús “dichosos los que crean sin haber visto”, es es decir, nosotros, tú y yo, que no lo hemos visto, que tenemos nuestras dudas, dificultades y miedos.  

Dichosos los que crean sin haber visto, sin haber conocido físicamente a Jesús y habiendo palpado no sus llagas sino ese silencio de Dios del que halan por igual místicos y ateos. 

En todos los relatos de apariciones se da el gran salto de la turbación y acobardamiento a la euforia y alegría. De la cerrazón y ocultamiento a la plaza pública y ello por obra y gracia del Espíritu Santo: “Les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras” para que comprendieran lo que les decía cuando estaba con ellos.

Se acabó la clandestinidad, se acabaron los complejos. No es más sabio ni más moderno el que menos cree, simplemente no ha recibido todavía el Espíritu de Jesús.

Ahora todo ha cambiado, de no poder creer por el miedo a “no podían creer por la alegría”, expresión que suena a paradoja y es que el alborozo les impedía la serenidad para advertir lo que les estaba pasando. Su corazón desbordaba, Jesús había entrado definitivamente en él y en adelante de su abundancia hablará la lengua, serán sus testigos. Y esa misión, la de ser testigos es también la nuestra.

Ser testigos no sólo por la palabra que será vana si no brota de un corazón lleno del Espíritu del Maestro. Ser testigos por ese “mirad cómo se aman”. Ser testigos contagiando la alegría y la felicidad que surge del sabernos seguidores de Jesús.

Sor Áurea