EL DESIERTO FLORECIDO

El desierto es el lugar inhóspito del que es preciso huir

a menos que lo hagamos florecer.

El breve fragmento de hoy nos dice que Jesús fue empujado al desierto y sabemos que el verbo utilizado para la traducción responde fielmente al   significado del griego original. Así pues, Jesús no fue atraído sino empujado al desierto. Y el empujón indica algún grado de violencia y lo dio nada menos que el Espíritu. Una vez más se nos muestra la humanidad de Jesús a la que repugna lo que nos repugna a los humanos. Ningún hombre, ninguna mujer abraza voluntariamente la carencia de lo necesario para sobrevivir a menos que espere algún tipo de satisfacción o compensación ya sea material o espiritual – sobrenatural, como sería el caso de ascetas y místicos.

Una vez allí, en el desierto, se quedó y esto ya hace entrever algún tipo de voluntariedad o aceptación. Durante cuarenta días estuvo conviviendo con ángeles, demonios y bestias.

“40” es un número simbólico que encontramos repetidamente en la Biblia.

Al desierto en cuanto símbolo atribuimos diversidad de significados incluso contradictorios entre sí. Es el espacio al que fuimos arrojados, según el decir de algunos para una existencia no elegida y por tanto puede ser el lugar del sufrimiento, la soledad no deseada, convertida en negativo aislamiento y el sin sentido del vivir., pero desde la óptica más positiva lo consideramos como el sitio donde la maduración y el crecimiento son posibles.

Hay quien tiene miedo a la soledad y a la privación, no los puede soportar y hay quien hace de ello su fortuna.

Si somos de los primeros, si vivimos una pobreza y una soledad impuestas, si nuestra pareja es el sufrimiento, nos hará bien recordar que sin dolor no hay perla, “haz que tu padecimiento se convierta en perla” en frase atribuida a Hildegarda von Bingen esa mujer tan influyente en el pensamiento de la Edad Media y sacada ahora a la luz al ser canonizada por el papa Benedicto XVI.

Jesús vivió ese confinamiento con las mismas vicisitudes que sufrimos los humanos en situaciones de penuria, pero supo hacer de ellas recursos de superación y plenitud. Despojado de lo accesorio y accidental, pasando hambre y tribulación superó las tentaciones que a todos nos acosan. Aunque en la versión de Marcos no se enumeran ni se detallan, las tenemos presentes al recordarlas cada primer domingo de cuaresma y aunque en metáfora, las mismas que a todos nos inquietan por humanas. Puesto que se hizo hombre, en todo semejante a nosotros tuvo que sentir lo mismo que sentimos, ser tentado por el deseo de plenitud y satisfacción, bienestar y felicidad, pero supo subordinarlo al «hágase tu voluntad y no la mía”. Ya decimos que sentir no es consentir. Jesús sintió, pero no consintió. Abandonemos los sentimientos de culpabilidad y centrémonos en las ansias de superación y progreso tal como el mismo Jesús nos enseñó sabiendo que “no sólo de pan vive el hombre”»ni tentarás al Señor tu Dios y a Él sólo adorarás» es decir que nunca nos sentiremos satisfechos por mucha abundancia o poder adquisitivo que poseamos ni por los ídolos que se nos presentan como capaces de colmarnos. Sólo así se nos dará que el maltrato y la provocación de los «demonios y bestias» que nos merodean acabe en piedra preciosa quedándonos con los «Ángeles».

   Nuestro corazón está inquieto.  Somos una pasión no inútil, como se ha dicho, pero si insatisfecha. Es aquello de S. Agustín: «Nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti». Sea cual sea nuestra imagen de Dios, siempre encerramos en ella lo más alto y sublime que podemos concebir y esa es siempre la medida de nuestro deseo o aspiración y por tanto también de nuestra insatisfacción. Para superarla no hay más que dejarnos empujar, como Jesús, a ese desierto en el que despojados de todo no podemos más que encontrarnos con nosotros mismos y escuchar esa voz que susurra cariñosa a los oídos de nuestro corazón y que satisface la nostalgia de plenitud devolviéndonos la paz, la armonía y el buen vivir. Es aquello del salmo 61 “Sólo en Dios descansa mi vida” Sólo la Palabra que sale de la boca de Dios me devolverá el verdadero vivir.

Sólo así haremos de nuestro desierto, el de nuestra vida, un vergel, un desierto florecido como el de Atacama, cuando sintamos cerca de nosotros, y seamos capaces   disfrutar y a la vez propagar el Reino cuando podamos gritarnos y gritar a los otros, Como Jesús:

 “Está cerca el Reino de Dios, convertíos y creed en el Evangelio”

Sor Áurea