ESTE ES MI HIJO. ¡ESCUCHADLE ¡

De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús solo.

 

Estamos rodeados de ruido.

Toda una batería más o menos orquestada a nuestro alrededor.  Voces que pugnan insinuantes, agresivas o simplemente machaconas, por colarse a nuestro interior para una vez instaladas allí llevar el timón de nuestra libertad.

WhatsApp, memes que invitan a la reflexión, que informan, reivindican o llevan al goce estético de preciosas imágenes. Firmas comerciales que prometen satisfacción y felicidad a cambio de esos euros que quedan en nuestro bolsillo.

Bullicio y algarabía que a veces irritan y a veces complacen.    

El domingo pasado hablábamos del desierto de nuestra vida hoy cabe hacerlo del jolgorio, de la feria en el que se desarrolla nuestro vivir.

Salvadas las distancias, Pedro, Santiago y Andrés vivían algo semejante. Noticias, avisos, prohibiciones, amenazas llamando a la conversión, bautismo que resulta ser sólo de agua y ese Jesús que ahora los está cautivando y por quien han abandonado a su maestro Juan el Bautista.

En medio de ese ruido Jesús los invita a subir a una montaña alta.

Por el camino, mostrando amistad y confidencialidad les va revelando lo que va a ocurrir, a él le prenderán, le darán muerte, pero al tercer día resucitará.

Tal revelación no se si le suena a música celestial, lo cierto es que, así lo dice el texto, no entienden nada de nada y menos aquello de resucitar. El nuevo maestro dice cosas bien extrañas.

Llegados a la cumbre parece que deben orar como Jesús, pero con el cansancio físico de la subida al que se suma el emocional, ni comprenden ni resisten y caen en un profundo sopor, se duermen.

Con la modorra acallan los problemas, algo así les pasará más tarde en Getsemaní, en el huerto de los olivos.

Entretanto Jesús se sumerge en oración. Pedro, que tiene el sueño más inquieto, advierte que Jesús está conversando con Moisés y Elías.  Sigue sin entender, pero se siente invadido por una ola de paz y bienestar. “¡qué bien se está aquí! Maestro quedémonos, haré tres tiendas”.

Es la manera rápida, por impulsiva, de solucionar los problemas evadiéndolos. Aquí se está bien, pues quedémonos.

Pero de pronto sus precipitados planes se vienen abajo y resurge el estupor y el miedo. Los tres discípulos están aterrados.

Una nube los envuelve y una voz estruendosa los aturde. Están asustados.  

“Este es mi hijo, mi amado, el predilecto, ¡escuchadle!”

 Y de pronto otra vez la calma y el silencio.

¿dónde están Moisés y Elías?

La nube se ha difuminado y ya no se escucha ninguna voz. La calma lo invade todo. La soledad también.

Miran alrededor y no ven a nadie más que a Jesús.

Allí, junto a ellos ya sólo queda Jesús.  Aquel a quien han de escuchar.

En adelante ya no atenderán a voces de sirena, ni a mensajes con falsas promesas, con silbidos engañosos, ya no harán caso a quien les diga “está Aquí o allí” ya sólo Jesús, ese Jesús que acaban de ver con el rostro resplandeciente y los vestidos tan blancos como ningún tintorero sería capaz de blanquearlos.  Pero ahora su rostro ya no brilla, es el sencillo maestro de antes, parece un hombre cualquiera. Una   mezcla de terror y seguridad, de inquietud y de paz, de tristeza y alegría los paraliza.

Aturdidos y emocionados se sienten anclados a esa sorprendente experiencia de Dios. “¡qué bien se está aquí!” pero la voz de Jesús, sólo la de Jesús los saca de su ensoñación.

«Ya vale. Ahora hay que bajar y seguir con la tarea cotidiana y no vayáis contando lo que acabáis de vivir. No os entenderán y se burlarán. Las experiencias de Vida son para quien las vive.”

¿Qué enseñanza nos trae el evangelio de hoy? Montar una tienda y y pedirle “Quédate con nosotros que atardece”. Es lo que Pedro propone sin embargo no es lo que Jesús acepta. Jesús no invita a actitudes ñoñas. Y es que quedarnos con Jesús no tiene nada que ver, por ejemplo, con esos dibujos tan bonitos y dulces de las ya olvidadas tarjetas de Ferrándiz. Nada de corderitos, nada de pastorcitos reclinados sobre la cuna o las rodillas de Jesús. Tiene que ver con la actitud de marcha, de actividad, de servicio. “La mies es mucha.” “están como ovejas sin Pastor”

Quedarse con Jesús es aquello de “tuve hambre, tuve sed, estaba desnudo, en la cárcel…lo que hiciste a uno de ellos a mí me lo hiciste”

 

Quedarnos con Jesús es quedarnos con sus valores, es decir sentir y pensar como él.   

Es “tener los sentimientos de Cristo Jesús” Es distinguir la voz de Jesús de entre el vocerío que aturde y confunde, es descubrir a Jesús de entre la muchedumbre es mirar alrededor, no ver a nadie más que a Jesús solo con nosotros.

Sor Áurea