¿PESCAR HOMBRES?

Vemos a Jesús con el ajetreo de los comienzos, emprendiendo su actividad pública. Ha dejado su retiro de treinta años. Treinta años de silencio, de trabajo y “vida normal” de irrelevancia y anonimato. ¿Cómo fue la vida de Nazaret?

Ningún testigo, ninguna conjetura, ningún “género literario” para llenar ese vacío del que tanto nos gustaría saber.  Conocer el transcurrir cotidiano del Jesús adolescente y joven. Cuando por fin aparece ya es nombre maduro. Pero la ¿intencionada? oscuridad algo tendrá que decirnos pues tampoco el evangelio “da puntada sin hilo” cualquier detalle encierra una lección.

Hoy nos dice que la importancia y la notoriedad no nos la darán las castañuelas ni lasas alharacas.  El bombo y platillos sólo sirven para realzar lo intranscendente y banal.

La importancia y la notoriedad son consecuencia de esas raíces profundas que penetran hundiéndose cada vez más profundas sin que nos percatemos de su silencioso crecimiento, porque es un crecimiento hacia abajo es aquello de sembrar en tierra buena y mullida, en el humus adecuado o edificar sobre roca y no sobre arena a.

El silencio de Nazaret nos grita que es preciso el confinamiento en nuestro propio interior si queremos, si aspiramos, a un desarrollo pleno de nuestro propio ser. Es lo ocurrido a nuestro Jesús que salió de tan largo periodo de ocultamiento fortalecido por ese desarrollo en sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres, salió para sumergirse en el Jordán y recibir el espaldarazo del propio Dios manifestándolo como Hijo amado y predilecto, como al Maestro a quien hemos de escuchar.

Y Jesús comienza reclutando discípulos y los recluta de entre la gente ordinaria, no busca superdotados, mentes privilegiadas. La gente de a pie, todos, somos aptos para trabajar por el Reino. Sólo una condición dejarlo todo. Abandonar todo aquello que nos mantiene enredados, atrofiados o esclavizados, todo aquello que nos sitúa en un lugar que no es el nuestro y no es que ese lugar sea mejor que el que nos pertenece, al contrario, nos colocamos caretas y antifaces   que desfiguran afeándolo nuestro rostro aparentando por vanidad, imitación o superficialidad lo que no es.  

Simón, Andrés y los hijos de Zebedeo andan afanados tratando de mantener operativas sus redes. Su cotidianidad transcurre entretenidos con esas humildes, aunque importantes labores, lavan y remiendan, pero su verdadero interés está en la expectativa del Mesías que acaba de llegar y han sabido que ha comenzado a predicar, anunciando que ya se ha cumplido el plazo, que la espera ha terminado y lo mismo que su antiguo   maestro, ahora encarcelado, pide la conversión, pero la pide de otra manera. Ya Juan el Bautista lo señaló como aquel que tenía que venir, cuyo bautismo no sería de agua sino de Espíritu, incluso ellos se quedaron aquel día con él,  con Jesús.

Ahora este Jesús vuelve a pasar por sus vidas, es más, les invita con un rotundo «¡venid!». «Venid conmigo, está muy bien lo que hacéis, pero os daré una tarea mejor. Os haré pescadores de hombres».

 ¿Pescadores de hombres? En verdad que suena mal a nuestros oídos. No nos gusta el proselitismo a ultranza. En el Reino no se trata de imponer ni siquiera de de convencer sino de persuadir o mejor, de mostrar y de invitar «venid y lo veréis»

Ser pescadores de hombres no significa llenar nuestra barca de caballeros sino de ayudar a cada hombre, a cada mujer, a nosotros mismos a recuperar la auténtica y propi identidad. Tirar por la borda, nunca mejor dicho en esta metáfora, todo aquello que, por indigno, banal o simplemente rutinario oculta el verdadero ser.

Ser pescadores de hombres no es privilegiar la cantidad. Ser pocos o muchos no deja de ser irrelevante, lo que importa es que el Reino crezca, que el llegar a él no sea por redes que capturan y aprisionan sino por puertas abiertas que invitan y acogen.

Pescadores de hombres, pescar hombres es rescatar la plena humanidad de ese maremágnum de mentiras o medias verdades, de egoísmo y ambición, de vanidad y apariencia, de todo aquello que nos va envolviendo y ocultando lo que en realidad somos.

No se trata de hacer de cada uno de nosotros un súper hombre. Basta con quitarnos de encima todo ese lastre que empaña la imagen que el Creador nos imprimió. Se trata de revestirnos del Señor Jesús»

A eso nos llama hoy el Evangelio, al volver a recordarnos la invitación, el paso de Jesús por nuestras propias vidas.

                                                                                                                      Sor Áurea