DESCUBRIR Y DISFRUTAR EL TESORO

En una búsqueda siempre inacabada aquel hombre rastreaba campos con el afán de encontrar un poco de felicidad, por fin pudo exclamar «¡eureka!» «¡Lo encontré!». El tesoro perseguido y soñado estaba allí, en aquella parcela que no le pertenecía. Sigilosamente lo escondió, vendió todas sus pertenencias, aquellas que al conseguirlas le habían dado un poco de felicidad pero que nunca le saciaron, al contrario a cada nueva adquisición sucedía una mayor sed y crecía su ansia de más.

Algo parecido le ocurrió a un comerciante de perlas finas. En su afán de lucro fue adquiriendo perlas, aunque pequeñas tenian su valor, con ellas negociaba acrecentando su riqueza. Perlas preciosas que le proporcionaban dinero y con él cierta felicidad. Pero al igual que el campesino no se saciaba su sed. Pero ahora por fin estaba ante el negocio de su vid. Aquella perla de gran tamaño bien merecía renunciar a las pequeñas que tan fatigosamente había conseguido reunir.

Campesino y mercader tienen entre ellos y también con nosotros un denominador común: un ansia insaciable, siempre queremos más.

Somos buscadores siempre insatisfechos. Buscamos, deseamos y cuando alcanzamos algo notamos que algo nos falta. Al encontrar lo que perseguimos a la momentánea alegría sucede nuevamente la insatisfacción. Somos búsqueda inacabada.

Ya lo dijo San Agustín, «Nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que repose en ti».

Sí, el tesoro y la perla no pueden ser otro que Dios. El único capaz de calmar nuestra ansiedad.

El campesino y el mercader tienen algo más en común. Los dos han descubierto su tesoro. El dueño del campo y el dueño de la perla de gran tamaño eran poseedores, dueños pero no reconocieron, no descubrieron que tenían en sus manos tal fortuna.

¿Qué nos pasa a nosotros? ¿Estamos como aquel que encontró el tesoro escondido llenos de alegría? No siempre nuestra alegría es manifiesta, más bien y demasiadas veces, mostramos malhumor, tristeza dejadez o banalidad. ¿Será que como los dueños del campo y de la perla de gran tamaño no hemos descubierto nuestra fortuna?. ¿O quizá la hemos guardado cuidadosamente en un valioso joyero y depositado aparte, en algún lejano cielo privándonos de su disfrute?.

Nuestra piedra preciosa, nuestro tesoro, nuestro Dios ha de estar manifiesto en nuestro vivir. No puede quedar aparcado siendo tan sólo objeto de admiración, incluso de adoración. Además hay que encarnarlo en muestras entrañas, en nuestros sentimientos y en nuestra mentalidad “tened los mismos sentimientos que Cristo Jesús»

Con ello estaremos mejor, viviremos mejor, mejoraremos nuestro entorno y gozaremos y compartiremos nuestro disfrute con aquellos que nos rodean. El tesoro que ya poseemos será descubierto, manifestado y disfrutado. Nuestro Cielo habrá comenzado y nuestra búsqueda satisfecha.

Sor Áurea