NO ES EL SILLÓN LO QUE ME DIGNIFICA, YO DIGNIFICO AL SILLÓN

El sábado, terminados los servicios religiosos de la sinagoga se celebraba una reunión alrededor de la mesa algo así como nuestra paella de los domingos que reúne a familiares y amigos.

Los escribas y fariseos, personas pudientes, preparaban una comida de fiesta, un banquete, quizá rivalizando entre ellos para ganar prestigio ante los invitados que a su vez serían anfitriones en otra ocasión.

Jesús está entre los comensales, había sido invitado no por afecto o familiaridad sino para jactancia del anfitrión, puesto que Jesús ya gozaba de gran popularidad o quizá, como tantas otras veces, para “ponerle a prueba”.

Pero el Maestro resultó ser un invitado incómodo y a su vez incomodado. A la despedida se acercó al anfitrión pero no para agradecer y alabar los manjares sino para lanzarle un reproche:

“Cuando invites no lo hagas por vanagloria y ostentación”. No invites a familiares y amigos porque podrán devolverte el favor invitándote a su vez” “Sé coherente con lo que acabas de rezar y la Palabra que acabas de escuchar en la Iglesia, demuestra tu piedad y misericordia ayudando a quien tiene hambre y no podrá recompensarte. No abandones al hermano, no te desentiendas de su necesidad”.

Jesús no se contentó con este repaso al dueño de la casa sino que dirigiéndose a los comensales les afeó la conducta que había observado en ellos:

“¿Por qué precipitaros hacia los mejores asientos? ¿Para qué ese afán por ocupar los primeros puestos? ¿Pensáis que el sillón hará crecer vuestra personalidad y vuestro prestigio? ¡Todo lo contrario! El que se ensalza a sí mismo hace el ridículo y se verá humillado.

Sin embargo quien no pretende notoriedad sino servir, ayudar y colaborar, crece en autoridad moral y estima.

Jesús enfatiza su reproche para llamarnos la atención, de ninguna manera prohíbe las reuniones familiares sino que la reprimenda va contra las motivaciones egoístas y la insolidaridad; del mismo modo quiere hacernos caer en la cuenta de que poco importa dónde nos coloquen, sea en la mesa o en el trabajo o en la vida social, lo importante es vivir con seriedad y coherencia desempeñando lo mejor posible nuestro papel. Hay quien piensa que no tiene relevancia, porque son injustos con él al no asignarle puestos o cargos «importantes», ignorando que no es el puesto lo que dignifica sino el ocuparlo con responsabilidad y dedicación. Mi comportamiento es el que ha de dignificar el puesto.

Una vez más comprobamos que no es preciso ser creyente para reconocer y aprovechar la sabiduría que encierra el Evangelio, pese a los dos mil años que nos distancia, sus enseñanzas nos sirven hoy para el vivir cotidiano.

Sor Áurea Sanjuán, op