El texto de hoy da la impresión de estar compuesto por dos fragmentos bien diferenciados, por una parte hay una crítica a los escribas o doctores de la Ley y por otra un elogio a la viuda pero en realidad se trata de un solo tema en el que se nos pone de manifiesto el pensar de Jesús, su posición ante los otros, ante la vida, su valoración de los gestos humanos. «El Señor no se fija en las apariencias, sino que mira al corazón».
Jesús nos pone en guardia frente aquellos que siendo estudiosos conocen los recovecos de la Ley, presumen de cumplirla y visten trajes especiales. Al parecer son piadosos, entregados al servicio del templo y de la Ley, cualificados para enseñarla y gustosos de hacer largos rezos. No parecen mala gente. ¿Qué hay de reprochable en ello? Sin embargo, Jesús nos pone en guardia frente a ellos, Les reprende su parafernalia y su jactancia, su cultivo de la apariencia en detrimento de la nobleza y limpieza de corazón y lo que es peor, el que utilicen su puesto de privilegio para aprovecharse de la buena fe de los demás con la excusa de sus prolongadas plegarias.
Al Señor no le seducen las apariencias sino la pureza de corazón por eso queda cautivada por el gesto de la pobre viuda a la que podemos imaginar vestida andrajosamente, pero con un corazón reluciente de bondad y generosidad. Sabe que hay que contribuir al culto del templo y ayudar a otros tan pobres como ella, por eso no duda en depositar sus dos céntimos, lo único que posee, todo lo que tiene para vivir.
¿Cuál es hoy el mensaje de Jesús? Es una llamada a la generosidad, dar no lo que sobra sino aquello que necesitamos para vivir, dar por ejemplo nuestro tiempo, el tiempo de nuestra vida, a quien está necesitado de nuestro servicio o nuestra compañía, es una llamada a la sinceridad y nobleza de corazón. Nuestros rezos no se justifican por lo prolongados sino por la fe que anida en nuestro interior y nuestras limosnas no son grandes por lo cuantiosas sino por la generosidad y el desprendimiento.
«El Señor no se fija en las apariencias, sino que mira al corazón».

Sor Áurea Sanjuán