JUAN ES SU NOMBRE

 

Hoy tocaba hablar de la identidad de Jesús “¿Quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen?”  Pero el ciclo de lecturas del tiempo ordinario queda interrumpido por la fiesta del nacimiento de Juan el Bautista. “No ha nacido de mujer nadie mayor que él”, elogio que proviene del mismo Jesús.  Reflexionemos pues sobre la identidad de Juan el Precursor.

“¿Que será de este niño?” Se preguntaba la gente ante el cúmulo de situaciones extrañas y prodigiosas que se daban en torno a él. “Juan será su nombre” ¿Por qué Juan y no Zacarías? Imponer el nombre del padre o de la madre es un signo de continuidad con el linaje. Lo insólito es que en esta ocasión y en aquel tiempo el nombre no mira al pasado sino al futuro. ¿Quién será y qué será de este niño? Imponer un nombre distinto es indicar que el niño luce y lucirá con luz propia pero en el caso de Juan no fue del todo así.

Será la voz que clama conversión en el desierto, será el dedo que señale al Salvador y el dedo acusador que le costará la vida. ÉL no es nadie, es sólo la voz que anuncia a otro, la voz que callará cuando se escuche la de Jesús. Su grito no será de autocomplacencia, ni de vanagloria. «Es necesario que Él crezca y que yo mengüe”.

Juan es consciente de que su misión es preparar el camino y que debe desaparecer en cuanto llegue aquel a quien anuncia y Juan desaparece. No busca protagonismo.

Juan a voz en grito anuncia al Salvador esperado, sin embargo sufrirá la desazón de la inseguridad y el miedo al engaño. ¿Será Él? ¿Habrá sido mi vida en vano, un fracaso? La sencillez, la humildad de Jesús que se presentaba como un hombre cualquiera propicia su angustia. “Id —pide a los suyos desde la cárcel—, preguntadle si es él el que esperábamos, el que había de venir o si por el contrario debemos esperar a otro. Y Jesús contesta con el argumento más convincente, el de las obras buenas. “Decidle a Juan, lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, y a los pobres se anuncia el evangelio».

Juan sella lo antiguo y da paso a una nueva era, la de Jesús, la de los cristianos. Juan es un ejemplo para nuestro vivir. Anunciamos a Jesús, señalamos a Jesús. Debemos manifestar a Jesús con el único testimonio creíble, el de las obras buenas, el de la sencillez y la bondad. Sin protagonismos, no desviar hacia nosotros la mirada que debe recaer sobre Aquel a quien anunciamos. Es necesario que Él crezca y que yo mengüe.

                                                                                                                    Sor Áurea Sanjuán, op