¿Quién tiene ganas de morirse? Desde luego que Unamuno no, nos lo dice explícitamente:

«Con razón, sin razón o contra ella, no me da la gana de morirme.”

Es decir, no le apetece morir y no dimite de la vida,

«cuando al fin me muera, si es del todo, no me habré muerto yo, esto es, no me habré dejado morir, sino que me habrá matado el destino humano»(Del sentimiento trágico de la vida. Cap. V).

Todos -la excepción confirma la regla- todos queremos vivir. ¿Buscamos vida? Jesús nos la ofrece a raudales:   

“Quien coma de mi pan vivirá para siempre”

“Yo soy la Resurrección y la Vida”.

Seguir a Jesús es apostar por la plenitud de vida, sin embargo es preciso morir. Nos lo dice el evangelio de hoy:

“Si el grano de trigo no cae en tierra y muere queda infecundo, pero si muere da mucho fruto” y

“El que se ama a sí mismo se pierde; y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guarda para la vida eterna»

Aunque son expresiones que dan lugar a malentendidos, en nuestro lenguaje de hoy vendría a decir: quien se afana egoístamente por su propio bienestar se malogra y quien se solidariza con sus hermanos, aun en detrimento propio, ese se gana para una vida plena y satisfactoria.

En otro lugar:

“Quien quiera ganar su vida la perderá, pero quien la pierda la ganará».

Es una de las paradojas del evangelio según la cual perder es ganar y ganar perder. Pero ¿Qué se pierde y qué tiene que morir y qué se gana? El grano de trigo contiene, mejor dicho, es un germen de vida que pugna por abrirse paso por entre la cáscara que lo aprisiona; y la vida humana, la de cada hombre y cada mujer, permanece inactiva y oculta ahogada bajo múltiples capas que hay que ir quitando como si de una cebolla se tratara. Cáscara y capas que podemos denominar como “envidia”, “jactancia”, “orgullo”, “hostilidad”, “enojo”, “rencor”, incluso “maldad” y que podemos sintetizar en un único termino: “egoísmo”. Ese egoísmo que nos malogra a nosotros mismos y perjudica a quienes nos rodean y más allá, a la sociedad, que con la suma de tanto narcisismo deja de ser o no consigue ser ese ámbito de bienestar que deseamos.   

Es preciso morirse aunque compartamos los sentimientos que expresa Unamuno. También Jesús se angustió ante la muerte, cuando conoció que había llegado su hora.

«Ahora, todo mi ser está angustiado y ¿voy a decir: “Padre, líbrame de esta hora?”                                                                                                                                                       

Con todo, seguir a Jesús es garantía de plenitud de vida, no sólo eterna, que parece indicar duración en el tiempo, sino esa calidad que ya ahora nos da la plena satisfacción porque consigue hacer germinar esa semilla que habita nuestro interior.

Se trata de morir para vivir. Eliminar en nosotros todo aquello que aunque apetecible nos mata. Es dar la vuelta al calcetín. Querer, como aquellos extranjeros ver a Jesús y también, como Felipe y Andrés ayudar a quienes lo buscan o no lo conocen, se trata de escuchar esa voz que resuena para nosotros y desoír la del príncipe de este mundo. Se trata de mirar y glorificar al que es levantado en alto, sobre la tierra, y dejarnos atraer hacia Él. Se trata de matar todo aquello que nos impide la verdadera Vida.                                                                                       

Sor Áurea Sanjuán, op