El tesoro estaba allí. Había llegado al final de su constante y azarosa búsqueda. También el comerciante en perlas finas tuvo delante una de gran valor. Pero el tesoro pertenecía al propietario del terreno y la perla al comercial que la ofrecía. Tesoro y perla tenían un alto precio adquirirlos, exigía arriesgarlo todo. Vender, es decir, perder todo lo que costosamente se había ido adquiriendo a lo largo de la vida, cosas que constituían pequeños pero preciados tesoros o pequeñitas perlas que resultaban ser una modesta pero estimada riqueza. El campesino y el comerciante no hacen problema, no se presentan la cuestión en términos de renuncia, sino que llenos de alegría eligen el auténtico tesoro y la gran perla preciosa.

¿Renunciar o elegir?

Es la disyuntiva a la que continuamente nos enfrentamos. Poner el acento en la renuncia es convertir nuestra vida en un Valle de lágrimas.

Ciertamente el intento por conseguir algo grandioso nos exige dejar algo por el camino. Si aspiro a un puesto mejor en la sociedad tendré que sacrificarme en el trabajo o el estudio. Si quiero gozar de salud tendré que restringir o equilibrar mi dieta, cambiar mis cómodas pantuflas de ir por casa por las deportivas, correr cuando lo que me apetece es sumergirme en el butacón.  Decimos en nuestra lengua materna:” TOT EL BO COSTA”

Pero todo es de coste, se llena de gozo cuando cargamos el acento en aquello que esperamos conseguir, en ese tesoro escondido y en esa perla de gran tamaño. El secreto está en reconocer su inmenso   valor, en descubrir que poseemos el auténtico tesoro.

Ser conscientes de poseerlo nos hará olvidar esas pequeñas lágrimas derramadas por el camino, estaremos mejor, viviremos mejor, mejoramos nuestro entorno y gozaremos y compartiremos   nuestro disfrute con aquellos que nos rodean. El tesoro que ya poseemos será descubierto, manifestado y disfrutado. Nuestro Cielo habrá comenzado y nuestra búsqueda estará satisfecha.

Sor Áurea Sanjuán Miró, Op.