El fragmento de hoy se inscribe en el ambiente de despedida. Es parte del discurso de la Última Cena pero contemplado desde la Pascua. El clima de inquietud y zozobra del  Jueves Santo es ahora de tranquilidad de calma, de paz. El miedo y la angustia han pasado, quedan la torpeza y la cerrazón de los disípalos: “Muéstranos al Padre y eso nos basta”, es la voz de Felipe que reclama las cosas claras y evidentes. “Si no sabemos a dónde vas ¿Cómo podemos saber el camino?”. Ahora es el pragmático Tomás, el que quiere ver y tocar antes de asentir.

Jesús, paciente y comprensivo, responde a los titubeos y vacilaciones:

“Felipe ¿todavía estamos así? ¿no te has enterado de que el Padre y yo somos una misma cosa? Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre”.  

Los apóstoles reclaman palabras contundentes, señales prodigiosas, pero Jesús solo ofrece el testimonio de su propia persona, de sus propias acciones, de su doctrina. “DICHOSOS LOS QUE CREAN SIN HABER VISTO” Esos dichosos son los creyentes de las sucesivas generaciones, nosotros, que no hemos tenido la experiencia de comer y beber con él. Pero nosotros, algunos de nosotros, nos sentimos más identificados con Felipe y Tomás. Nos cuesta creer. Pedimos señales, buscamos seguridad, queremos ver y tocar, palpar lo concreto, saber a dónde vamos.

Al mismo tiempo nos sabemos llamados, invitados y queremos seguirle.

Jesus mismo sale al encuentro de indecisiones y vacilaciones. En la casa de mi Padre, todos cabéis, fervorosos, indecisos y duros de cerviz como Felipe y Tomas, cada uno tenéis vuestro sitio y yo lo voy a preparar, además estaréis conmigo porque donde yo esté estaréis vosotros.

Si como a Felipe te cuesta creer, al menos confía, ten paz y seguridad. En realidad, el término tiene otra acepción que a los valencianos nos resulta fácil entender, pues la recoge bien nuestra lengua: “creu a la mare”, es la exhortación que hacemos a un niño para indicarle que obedezca a su madre, que se fie de ella.  Creer es obedecer, es confiar, fiarse. En este sentido obedecer no es un yugo, no es algo que nos lleve a la dependencia o esclavitud, es una adhesión a un modo de vivir, un camino que, transitado, te lleva a la vida buena. En realidad, una vida buena es eso que denominamos felicidad. Soñamos la felicidad como un estado tan fantasioso que resulta inasequible. Pero ¿no nos hace feliz una buena convivencia, la seguridad y la paz de sentirnos en territorio amigo donde no cabe la mentira, ni por tanto, el engaño?

Pues eso es lo que se encuentra en el vivir cristiano. Nos lo dice el propio Jesús: ¿Buscas el camino? Yo soy. ¿Buscas la verdad? Yo soy. ¿Buscas la vida? Yo soy.

Camino que lleva a la verdad y a la vida.

 

Camino que hay que transitar

Verdad que descubrir

Vida que vivir

Sor Áurea Sanjuán, op