Hoy, 8 de mayo, día en que celebramos la protección de la virgen María sobre toda nuestra Familia Dominicana, les comparto mi reflexión sobre la relación que hace la beata Cecilia acerca de una visión que el mismo Domingo comentó a frailes y monjas.

Tal vez, como dice el cronista, la beata Cecilia ignorara la gramática, pero lo que notamos es que supo transmitir entrañable y elocuentemente el testimonio que el mismo Domingo les había dado.

Para los miembros de la Orden, el relato nos es conocido y querido, pero por si hay lectores que no lo conocen, se lo comento brevemente. Santo Domingo en oración, fue arrebatado al cielo y allí vio a nuestro Señor, a su Madre y a muchísimos religiosos de todas las Órdenes; como no viera ninguno de la que él había fundado, echó a llorar amargamente. Tras la interrogación de Jesús para saber por qué lloraba y la correspondiente respuesta, María abrió su manto y bajo de él había numerosísimos hijos suyos. Esa visión lo que hace es resaltar el lugar de María en la Orden y de la Orden en María. A continuación, me detendré sólo en tres detalles de la narración:

  • Estar bajo el manto de María.
  • El amplio espacio que descubrió Domingo debajo del manto.
  • Compartir nuestras vivencias de oración.

Estar manto de María, recuerda tres pasajes de la Escritura en los cuales aparecen mantos: el de Ruth que se acuesta en la era a los pies de Booz (Rut 3, 9b), el de Eliseo y el manto de Elías (2 Re 2, 13) y el de la hemorroisa que al tocar el manto de Jesús queda curada (Lc 8,43). Estar bajo el manto es estar bajo la protección de su dueño, más todavía, reconocerse como pertenencia de él. Tocar el manto es participar del poder del que lo lleva, de su virtud salvadora.

El lugar que descubrió Domingo, bajo el manto de María, era amplísimo, a él le pareció que allí cabía toda la patria celestial y realmente es así, bajo el manto de María, al amparo de su maternidad, estamos todos los que hemos sido creados por su Hijo y para su Hijo. Cada uno tiene allí un lugar personalizado, y solamente los que decidan no aceptar la misericordia de Dios, no los ocuparán.

Compartir nuestras vivencias de oración ¡cuánto cuesta lo que para Santo Domingo era tan normal: hablar de Dios! Los testigos los recuerdan como el hombre que hablaba con Dios y de Dios. El que, como padre de familia, nos enseñó lo fundamental: contemplar y dar de lo contemplado. Domingo comparte su visión con los frailes y luego con las monjas, quiere hacernos crecer en la confianza de tener una Madre que nos protege, nos cuida y nos hace crecer. Quiere afianzar en nosotros la esperanza de la gloria. Y, cosa curiosa, no oculta sus emociones, cuenta que lloró amargamente por no ver a sus hijos en el cielo.

Que, en este día, María nos ayude a permanecer creciendo bajo su manto, a sentirnos responsables del gran espacio que hay debajo de él, y así ayudar a que todos ocupen su lugar en las moradas del cielo y a compartir lo que es más precioso en nuestras vidas: la relación con Jesús y con su Madre, que nos da el soporte seguro para relacionarnos entre nosotros.

 

Sor Mª Luisa Navarro, op

Comunidad de Orihuela (Alicante)