Jesús es el agua viva que apaga nuestra sed, el alimento que fortalece y da vida eterna, la luz que ilumina al mundo y rompe nuestra tiniebla. Es camino, es verdad, es vida.

Hoy se nos presenta como «LA PUERTA DEL APRISCO”.

Y es que Jesús es el BUEN PASTOR, aquel que da la vida por rebaño y conoce a cada una de sus ovejas y las conoce por su nombre. A su vez las ovejas lo conocen, lo aman y  confían en él, distinguen su voz de entre el vocerío de quienes asaltan el aprisco para robar y matar.

Una buena puerta, un Buen Pastor, no solo las defiende de quienes pretenden hacerles daño, sino que además les proporciona bienestar.

La puerta que cerrada protege y abriga, abierta es sinónimo de libertad, resulta ser símbolo perfecto. Por ella las ovejas podrán «entrar, salir y encontrar pasto.”  La puerta, su puerta, les da sentido de pertenencia y arraigo. Es sentirse en casa y sentirse en casa es sentirse segura y libre, es vivir y convivir con aquel, que ella, la oveja, conoce bien y se siente a su abrigo y cobijo.

Dejando las imágenes casi arcaicas y pasando a las de nuestro mundo o nuestra época, ¿somos capaces de distinguir la voz de Jesús de entre las que nos gritan quizá también utilizando nuestro propio nombre?

¿Pueden nuestras puertas con sofisticados cerrojos y sistemas de seguridad suplir la imagen y el significado de aquella a la que se refiere el evangelio, la propia del aprisco y que no era más que una muy estrecha apertura por la que se podía pasar solo de uno en uno y en la que la figura de un cuidador que se interponía en el hueco para impedir el paso a los extraños?

Con imágenes de nuestro entorno quizá el mensaje nos resultaría más claro pero seguro que no tan bello. Lo que importa no son las imágenes sino la enseñanza que encierran. Y ésta es clara:

Conmigo nada malo te sucederá, yo sé quién eres, cómo te llamas y sé que eres mía. Solo quiero que diferencies mi voz de entre el griterío, que percibas en mi y de mi el abrigo, la seguridad y la libertad que da la puerta. Esa puerta que soy yo. 

Sor Áurea Sanjuán Miró, OP