El día 17 de abril celebramos la fiesta de dos beatas dominicas, ambas viudas y monjas: María Mancini (1355-1431) y Clara Gambacorta (1362-1419).

La Beata María, (Catalina Boncini) nació en Pisa a mediados del siglo XIV y pertenecía a una familia distinguida. Enviudado de Baccio Manzini con el que se había casado muy joven y habiendo perdido sus dos hijos, a petición insistente de los suyos se casa de nuevo, esta vez con Guillermo Sepezzalaste y en este matrimonio mueren los seis hijos habidos pero su esposo enfermó y murió también. Su familia decide casarla nuevamente pero ella se niega, retirándose a su casa para dedicarse a las obras de caridad. La intervención de Santa Catalina de Siena la induce a consagrarse a Dios, en un primer momento en la Orden Seglar de la penitencia y más tarde en el Monasterio de la Santa Cruz, como monja de clausura, donde toma el nombre de María.

La vida de María Mancini nos muestra que existe la posibilidad de llenar de sentido el sufrimiento. Ella supo, en Cristo y por Cristo, iluminar el misterio del dolor y de la muerte en su historia, entendiendo que el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado.

Clara vive con intensidad la fidelidad a la llamada de Dios a la vida contemplativa pero en realidad lo más grande en la vida de Clara Gambacorta es haber vivido el perdón que nos pide el Evangelio de Jesús. Es el amor al enemigo en grado heroico. Un perdón que es un don y a la vez tarea. Es maestra en ese perdón que nos asemeja al Padre Dios.

La Beata Clara (Tora, quizá la abreviatura de Teodora o Victoria) nació en 1362 de la noble familia Gambacorta de Pisa. Su padre Pedro, un gran hombre y gobernante cristiano, conciliador, luchador de la paz.

A los siete años fue prometida al noble Simón de Massa con el que se casó a los doce pero su vida de matrimonio duró muy poco tiempo; tanto ella como su esposo fueron víctimas de una epidemia, en la que su marido perdió la vida. Como ella era todavía muy joven, sus parientes intentaron casarla de nuevo, pero se opuso con toda la energía de sus quince años. Entonces en 1377, decidida a consagrarse a Dios se cortó los cabellos y distribuyó entre los pobres sus ricos vestidos y se acoge al Monasterio de San Martín de Pisa, de monjas Clarisas, tomando el nombre de Clara. Fue sacada de allí a la fuerza por sus familiares, que la encarcelan y la someten a grandes presiones para quitarle sus propósitos de consagración a Dios. No le permitía su padre ir a Misa más que una vez cada cinco meses. Ahí estuvo Clara prisionera, pero ni el hambre, ni las amenazas consiguieron hacerla cambiar la resolución. Entonces, la animó una carta de Santa Catalina de Siena, a quien había conocido en Pisa dos años antes cuando el padre de Clara llamó a Catalina a Pisa, para colaborar al entendimiento de los pueblos.

Cambió entonces su padre de actitud convencido por el obispo, Alfonso de Valdaterra, que era íntimo amigo de la familia Gambacorta y había sido el último director espiritual de Santa Brígida de Suecia.

Pedro Gambacorta no sólo permitió a su hija ingresar en el convento dominicano de la Santa Cruz, sino que construyó el nuevo convento de San Domenico, donde María y Clara se conocieron.

Los escritos de Santa Catalina de Siena ejercieron profunda influencia en las dos religiosas, las cuales, en el nuevo convento, fundado por Gambacorta en

1382, consiguieron establecer la regla en todo el fervor de la primitiva observancia.

Clara murió el 17 de abril de 1419. Tenía cincuenta y siete años. Su culto fue confirmado por Pío VIII en 1830. Los dominicos celebramos su fiesta junto con su hermana de comunidad María Mancini que murió el 22 de enero de 1431, a edad muy avanzada y con fama de santidad; Pío IX confirmó su culto ya inmemorial el 2 de agosto de 1855.