Jesús no pudo reír nunca, esta afirmación la hizo nada menos que Bossuet, aquel destacado Cardenal predicador y notable filósofo; la razón por la que Jesús no pudo reír nunca estaba en su perfección.

¿De dónde se sacó eso, tan notable pensador? Eran otros tiempos, otra cultura y otra valoración en la que la alegría se cotizaba muy bajo como propia de personas ignorantes y superficiales.   Hoy no nos podemos imaginar a un Jesús al que le pusieron el mote de comedor y borracho, serio y circunspecto participando en un banquete o acogiendo a los desdichados pecadores.

Jesús tuvo que mostrarse jovial, incluso reír, en aquellas bodas en las que llegó a convertir el agua en vino para que siguiera la fiesta. Y tuvo que mostrar una sonrisa amplia y acogedora para que aquellos desdichados y despreciados quebrantadores de la ley se acercaran a él.

Precisamente el Evangelio de hoy nos habla de la alegría de Jesús al recuperar a la oveja que se había escapado y de la alegría que mostró aquella mujer al encontrar la moneda que había perdido.

Son dos de las tres parábolas que reciben el título de la misericordia; la parábola del Buen Pastor, la de la dracma perdida y la tercera, la del hijo emancipado y recuperado, son los relatos que nos muestran la alegría de Dios, la alegría de Jesús que se da siempre en su relación con el ser humano, con nosotros. Nuestro Dios, el Dios de Jesús no es un Dios lejano y se nos ensancha el corazón cuando escuchamos su Palabra: “La alegría que encuentra el novio con su novia la encontrará el Señor contigo”.

Nos detenemos en la historia de la oveja que huyó del aprisco. De las cien, solo ella se había   escapado. Y en nuestras reflexiones solo a ella atribuimos responsabilidades, es la oveja rebelde que no aguanta la monotonía cotidiana, la insumisa que no acepta directrices ni el anonimato y se lanza a la aventura de la notoriedad y la de encontrar más y mejores pastos. Pasamos por alto, o no se nos ocurre pensar que quizá en esa escapada también se pone de manifiesto un cierto fracaso del rebaño.

En todo caso la parábola no habla de culpabilidades. A nosotros nos encanta encontrar un chivo expiatorio o autoflagelarnos con sentimientos de culpa. Nada de eso muestra el Buen Pastor en el que solo podemos descubrir amor, misericordia y la destreza para encontrar y acoger a la descarriada. En su redil caben todas, cabemos todos y su redil es de puertas abiertas, podemos entrar y salir, jamás coartará nuestra libertad, pero siempre mostrará el gozo, la alegría y la fiesta de tenernos consigo. 

 

                                                                            Sor Áurea Sanjuán OP