La liturgia eucarística nos presenta unos versículos con el último diálogo de Jesús y su madre. Por la mención en el texto evangélico, sabemos que María estaba junto a su hijo; leemos “Junto a la Cruz estaba su madre” porque en momentos de sufrimiento, “su madre estaba” como lo está con nosotros  en los momentos difíciles y en lo fáciles, en situaciones de sufrimiento y de alegría, en este “valle de lágrimas” y siempre.

Celebramos la Virgen de los Dolores y a ella “suspiramos, gemimos y lloramos”, cuando recitamos la Salve porque el mundo es “tierra de María” y a ella le rogamos “ahora y en la hora de nuestra muerte”.  Estamos llamados a ser cristianos marianos, sabiendo que una madre siempre está “junto” a sus hijos, y María es una buena aliada para caminar en la vida.

Este poema para la Virgen María va dirigido a la virgen de los dolores que es la misma santa Madre de Dios que todos conocemos.

 

Estabas con valentía mientras sufría JESÚS,
a la vera de la Cruz y de pie, VIRGEN MARÍA,
Tuya era su agonía y su muerte prematura.

Y en aquel mar de amargura, con increíble coraje,
resististe el oleaje como una roca segura.

 

¡Qué pena tan acerada refleja tu faz serena,
ahora lívida azucena, y rosa ayer encarnada!

Y ¡qué triste tu mirada como de paloma herida,
sin ver, sin norte, perdida, cual si estuvieras ausente!

¡Tu corazón y tu mente están con quien es tu vida!

 

A tu pecho sin aliento aprietan tus manos finas
cruel corona de espinas y los clavos del tormento,

Providencial instrumento de su muerte redentora,
los guardas con mimo ahora, que son tesoro preciado
de tu JESÚS adorado, flor de tu carne, SEÑORA.

 

Del mismo modo yo quiero verme protegido por ella.

Soy un niño desvalido que de ella todo lo espero.
Me confío por entero en su maternal ternura.

Y a cambio de mis amores, me refugio en mi orfandad.
VIRGEN de la SOLEDAD y VIRGEN de los DOLORES.