El 27 agosto celebramos a Santa Mónica, madre de San Agustín y prototipo de madres que con su constancia en la oración logran la conversión de sus hijos. Tuvo un sueño en el que lloraba por la pérdida espiritual de su hijo y alguien le decía: “tu hijo volverá contigo”; Hablaba con San Ambrosio sobre sus sufrimientos y éste le dijo: “es imposible que se pierda el hijo de tantas lágrimas”.

Las experiencias de aprendizaje nos sirven para enfrentar las situaciones que nos presenta la vida y nos dicen que las lágrimas son expresión corporal de tristeza o de alegría, y que la situación que se vive ayuda a moldear la personalidad. En las Confesiones de San Agustín, las lágrimas representan un papel importante en Mónica y en Agustín: lágrimas de arrepentimiento, de gozo, de alegría y esperanza. Dice San Agustín en las Confesiones refiriéndose a Santa Mónica: “no descuidaba sus lágrimas y lamentos ni cesaba de llorar ante ti por mí a todas horas en sus rezos”.

Deseemos aprender de Mónica, sus virtudes, acogiendo el don de la esperanza en medio de las vicisitudes del camino. Deseemos ser mujeres firmes, fuertes, con corazón de madres que atienden a sus hijos espirituales para que no se equivoquen en el camino. Deseemos ser mujeres que insisten, que se acercan a las puertas de Dios con lágrimas de arrepentimiento, de petición y de alegría cuando sentimos que Dios escucha nuestras súplicas en favor de los demás. Deseemos que nuestras lágrimas como las de Mónica nos concedan aprender a amar a Dios como ella, para no postergar las llamadas que Dios hace en el camino y que sean una oblación agradable a los ojos del Señor.

El 28 de agosto es el día de San Agustín. Aunque de joven, cayó muy hondo en el pecado, su incansable búsqueda de la verdad, y la influencia de su madre le llevaron a convertirse y Dios entró de lleno en su alma. Decía: “Para vosotros Obispo, con vosotros cristiano”, formando a sus feligreses de Hipona con sus sólidos sermones.

San Agustín se distingue por hacer de su vida una búsqueda de Dios y un encuentro con Él, aunque no existiría sin Santa Mónica. Y teniendo en cuenta que Santo Domingo como Canónigo había profesado la regla de San Agustín, y el IV Concilio de Letrán le recomendó que eligiera para sus frailes una regla antigua, que diese garantía a la nueva familia, podríamos afirmar que no existiría la Orden de Predicadores sin la Regla de San Agustín, escrita conforme a la vida de los apóstoles y, el Obispo de Hipona resplandece como autor y preceptor de nuestra vida comunitaria.

De los fecundos escritos agustinianos podemos mencionar su Regla de vida, que elaboró según el modelo de vida apostólica y quiero destacar sus Confesiones, donde “confesar” es “confesión de los pecados, alabanza a Dios y profesión de fe”; os dejamos un vídeo en forma de extracto.