EL PAN DE VIDA

Aquella gente, entusiasmada busca a Jesús. Han comido pan y peces hasta la saciedad, pero no han reconocido en el prodigio la magia del compartir.

Buscan a Jesús, pero no son nobles sus intenciones y Jesús las desenmascara:

-No me buscáis a mí ni os interesa mi mensaje lo que queréis es que no os falte el pan. Escuchad, es obvio que tenéis que trabajar por el sustento de cada día, pero “no trabajéis por el alimento que perece” y perece aquel que no se comparte.

No os quedéis en lo superficial, profundizad, adentraros en el terreno de lo verdadero, en el del sentido y la coherencia. No os preocupe lo que no importa, no importa ni el cómo ni el cuándo he llegado aquí, interesaos más bien por lo que predico y vivo. Obrad como os pide Dios. Haced las obras de Dios

Este mensaje no es lo que esperaban, han encontrado a Jesús, pero no lo han descubierto.

Lo que quieren es que les dé de comer y cure a sus enfermos. Que les libere del esfuerzo y la fatiga. De las otras cosas que les está diciendo, ni entienden ni les interesan.

Por eso al entusiasmo inicial sucede el desencanto, la vacilación y la duda. Destapadas sus egoístas intenciones pierden el interés por Jesús y con talante desabrido dan pie a un diálogo que es más bien un rifirrafe:

-Y ¿qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere?

-lo que Dios quiere es que creáis en aquel que ha enviado. Que creáis en mi.

– ¿Y cómo podemos saber que vienes de parte de Dios? ¿qué signos haces para que creamos en ti? ¿cuál es tu obra? Nuestros padres ya comieron pan del cielo, ¿qué nos ofreces tú de nuevo?

-No, aquello no fue pan del cielo. Moisés no lo pudo dar, el que os dio era terreno. Mi Padre es quien puede daros el verdadero Pan del Cielo, el Pan de Dios soy Yo que he bajado para dar Vida al mundo. Yo soy el Pan de Vida.

El que viene a mí no pasará hambre y el que cree en mi nunca más tendrá sed.

Estas palabras de Jesús fueron calando en el corazón de aquellos hombres y mujeres que fueron recobrando la ilusión y el ansia de Dios hasta exclamar:

“Señor danos siempre de ese pan”

Este evangelio nos cuestiona. También nosotros buscamos a Jesús y quizá también por conveniencia, porque como los israelitas en el desierto, añoramos los ajos y cebollas que dejaron en Egipto. Pero, aunque sea así, aunque nuestro acercamiento lleve la intención de arrebatarle algún privilegio, siempre es fructífero estar cerca de Jesús, si le escuchamos, su Palabra ira calando en nuestro interior, nos irá cautivando y como ellos exclamaremos:

“¡Señor, danos a comer de ese Pan!”

Sor Áurea