¡NO SERÁ ASÍ ENTRE VOSOTROS!

 Humanos, demasiado humanos. Así se nos muestran los primeros seguidores de Jesús. En vano le han oído repetir que quien quiera ser el primero tendrá que optar por ser el último y es que no hay peor sordo que aquel que no quiere escuchar. “El primero ha de ser el último” ¡vaya paradoja! Dos mil años después no la hemos sabido resolver. No hemos caído en la cuenta de que algo tan humano como la ambición de poder nos priva de la auténtica humanidad.

¿Qué nos pasa que sentimos la imperiosa necesidad de estar por encima de los demás? Lo dicho, no hemos alcanzado la verdadera humanidad, la que está constituida por los valores proclamados por Jesús y que tenemos depositados como semilla en lo profundo de nuestro ser. Necesitando bucear por ese hondón nos instalamos en la periferia.  Nos movemos y vivimos en el nivel de la apariencia.

Nos afanamos por simular una imagen que no corresponde a la que los demás perciben ni, sobre todo, a lo que en realidad somos.  Nos auto engañamos porque nos sobrevalorarnos mientras que los otros sólo ven lo grotesco de nuestra ficción.

Por alcanzar un honroso prestigio somos capaces de los mayores sacrificios y lo que es peor, de los mayores incordios.  Aquella mujer no duda en afrontar el ridículo con tal de conseguir los mejores puestos para sus hijos y éstos sin saber lo que dicen, afirman ser capaces de “beber el cáliz”, de pasar por lo mismo que pasará Jesús.

Los compañeros protestan indignados contra Santiago y Juan, no porque se está molestando al Maestro sino porque ven amenazado su propio sueño, también ellos, cada uno por su parte, aspira al puesto de primer ministro cuando Jesús sea Rey.

El altercado está montado. Diez muchachos alegando, justificando y defendiendo supuestos derechos, contra los dos hermanos que han osado ponerles la zancadilla y también todos contra todos. ¡Todos buscan el escalafón y todos quieren mandar! La contienda va subiendo de tono y Jesús zanja la cuestión: “Mi cáliz lo beberéis, pero los puestos privilegiados son cosa de mi Padre. Nadie los merece.

Hecha la calma, el Maestro los reúne a su alrededor y los adoctrina. Tenéis que enteraros de una vez. En el Reino de Dios las cosas son diferentes, justamente al revés. Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. ¡No será así entre vosotros! Entre vosotros el único poder es el de servir. Sois mis seguidores y yo no he venido a ser servido sino a servir y dar la vida.

¡Servir y dar la vida! Ese ha de ser el objetivo y la ambición de quienes queremos seguir las huellas de Jesús.

Sor Áurea