¿Qué sentido tiene la vida cuando ya no es tiempo de soñar? El tiempo de la ilusión y el entusiasmo pasa y llega el de la rutina, la resignación y la modorra. La vida se vuelve anodina y plana y el sentido de nuestro vivir queda reducido al mero hecho de existir cuando no a un sinsentido. Contra esta situación nos previene el evangelio de hoy. No hay que adormecerse, el tiempo pasa. “Espabila, que el tiempo no nos espera”.

Es el estribillo de una canción que casualmente escuché, no sé si es popular o no, pero a mí me dio qué pensar.

El tiempo no nos espera y a su paso lento pero implacable vamos perdiendo oportunidades, pasan sin que logremos atraparlas. Nos perdemos entre el pasado y el futuro y se nos escapa ese presente tan leve y fugaz que el “está” se solapa con el “estuvo’ y el «estará». Un presente que para atraparlo es preciso mantenerse alerta y despierto. Es la Palabra de este primer domingo de Adviento.

«Vigilad, pues no sabéis cuándo es el momento»

¿Qué momento?

El del “kairós”, término con el que representamos un lapso indeterminado en el que algo importante se produce , algo que es mejor que todo lo que se pueda producir en todo el resto del tiempo, un algo que debemos apresar si no queremos sentir defraudado el por qué y el para qué de nuestro vivir. Es ese momento que en cristiano denominamos el “tiempo de Dios”. Es el momento en que descubrimos aquello que Lucas pone en boca de Jesús:

«El Reino de Dios dentro de vosotros está»

No se trata tanto de esperar como de descubrir.

Ciertamente no sabemos el día ni la hora, no sabemos si será al atardecer, a medianoche o al amanecer pero sí sabemos que él está y es Dios quien espera nuestro despertar. El tiempo no nos espera pero nuestro Dios sí.

Así el Adviento no es tanto tiempo de espera como de esperanza. Esperar genera impaciencia y consume un tiempo precioso de nuestra vida si esperamos en una de las llamadas «sala de espera» o esperamos al amigo impuntual o informal.

La ESPERANZA, así, con mayúsculas, es certeza y confianza. Él está y es Él y no nosotros, quien aguarda.

Es preciso velar, y velar quiere decir estar atento a nuestro aquí y ahora. No podemos obviar nuestro presente en aras de un pasado que ya no está y un futuro por llegar. Estar atento a lo que ya ahora mora dentro de cada corazón, el Reino de Dios y estar despierto y espabilado, para ya y ahora, darlo a conocer.

Descubrir que el Amo no se ha ido, que somos nosotros quienes viajamos y por tanto somos nosotros, tú y yo, quienes tenemos que regresar a ese interior donde agazapado y paciente nos espera Aquel y aquello que constituye lo mejor que podemos alcanzar, lo mejor de todo lo que nos pueda pasar.

Ese despertar y ese descubrir será comenzar con buen pie este tiempo de ESPERANZA.

 

Sor Áurea Sanjuán, op