LA FIESTA DE LA LUZ

La Palabra se hizo carne se hizo vida se hizo luz. Hoy es la fiesta de la Luz, La fiesta de Jesús. que hombre entre los hombres cumple las leyes dictadas para todo israelita. El afincado como estaba con sus padres en Galilea, lejos de Jerusalén, lejos por tanto de fariseos y saduceos, pudo muy bien zafarse de la obligación, una obligación que en su ámbito era mucho más relajada. Tampoco su madre necesitaba purificación. Las leyes propias de la época y de la cultura patriarcal calificaban como manchada, como impura a la mujer que acaba de ser madre, ésta debía permanecer en casa durante cuarenta días después del parto finalizados los cuales acudía al templo para someterse al rito de la purificación y para presentar al hijo y rescatarlo, si era el primogénito, mediante una ofrenda al sacerdote. Así lo ordenaba la ley que con esta prescripción sustituía la antigua exigencia por la que debía el niño quedar en el templo consagrándose de por vida a su servicio. Ahora este rol correspondía exclusivamente a los de la tribu de Levi, el resto de los israelitas quedaba liberado contribuyendo con una donación. Si la familia era rica tenía que llevar un cabrito, si pobre un par de tórtolas. María y José eran pobres. Jesús era pobre. Una vez más se somete a pasar como uno cualquiera, uno más de los del montón. Sin embargo, en la escena descrita por Lucas no aparece como uno de tantos ya que el Niño es exaltado como luz y salvación del mundo y es  que el evangelista no pretende hacer historia sino catequesis.

Simeón y Ana han consagrado su vida a la espera mesiánica. Ésta ha sido su proyecto, su dedicación exclusiva la fortaleza que les ha mantenido vivos hasta edad tan avanzada. Simeón hombre justo caminaba siempre guiado por el Espíritu y sabía que no iba a morir sin ver al Salvador. Ana entregada a la oración noche y día desde su temprana viudedad, daba gracias a Dios y hablaba del Niño a todos los que esperaban la liberación.

Estos dos ancianos nos han dado una lección que debemos aprender.

Simeón vive acuciado por el anhelo y la esperanza, su deseo de ver al Mesías no le deja morir, sabe que su llegada es inminente y sabe que la salvación será universal, incluso para los gentiles es decir también para aquellos que no pertenecen al pueblo escogido.  Ana se ha convertido en testigo impulsada por su vivencia interior, cuenta a todos y señala que el Reino ha llegado en ese bebe que ahora Simeón tiene en brazos. Jesús ya adulto, lo recordará: «De la abundancia del corazón habla la boca».

Simeón y Ana han sabido esperar y han sabido «ver» dónde está la Vida, esa Vida que vivifica a todo hombre, han descubierto esa LUZ que ilumina toda tiniebla. Juan en su Prólogo lamentará, «vino a los suyos y los suyos no lo recibieron» «Era la Luz de los hombres, en estaba la Vida, la Luz brilla en las tinieblas y las tinieblas la rechazaron, vino a los suyos y los suyos no la acogieron.

Simeón y Ana se abrieron a ella, se dejaron iluminar por ella.

Simeón pronuncia su hermosa oración.:

Gracias Señor, ahora ya puedo morir en paz

porque mis ojos han visto al Salvado,

el anhelo y el empeño de mi vida se ha realizado,

mi misión está cumplida, puedo marchar en paz  

Una oración que también nosotros deberíamos poder repetir.

Sor Áurea.