Por primera vez en la historia y después de 800 años de existencia, las Monjas Dominicas (Monjas de la Orden de Predicadores) nos hemos  encontrado para dialogar y buscar pistas de futuro juntas,  a la luz de  la Constitución Apostólica “Vultum Dei Quaerere, la búsqueda del Rostro de Dios sobre la vida contemplativa femenina”(VDq) que el Papa Francisco promulgó el día 29 de junio de 2018 y sobre todo de la Instrucción  aplicativa de dicha  Constitución, el documento “Cor Orans” de la  CIVCSVA.

El macro-encuentro fue convocado por el Maestro de la Orden de Predicadores, fray Bruno Cadoré. Los dos documentos son esenciales para afrontar el futuro con esperanza y una gran dosis de realismo. Estábamos representados todos los monasterios y monjas dominicas del mundo. A la luz de nuestra herencia dominicana esto supone que la raíz de unidad, que desde los inicios nos ha caracterizado, no solo nos ha hecho llegar hasta este momento de la historia conscientes de que la diversidad es la nota característica de la unidad, sino que además va a garantizar con mayor solidez la conciencia profunda de que lo prioritario se va abriendo paso porque la historia somos cada una de nosotras.

Si nos remontamos a 1206, es decir  812 años atrás, posiblemente estemos hablando de demasiados años, de tiempo añejo, pero si leemos la historia con el sentido profundo que encierra VDq, desde la búsqueda  continua del rostro de Dios, la mirada se proyecta hacia la belleza de la seducción que hizo de Domingo de Guzmán un enamorado del Verbo, es  nuestra  mejor herencia y sobre la cual vamos a seguir construyendo nuestra historia, seducidas y enamoradas, frágiles pero apostando “por el que inició y confirma nuestra fe”, con la esperanza de que la resurrección siempre es fruto de una vida que apostó por la Vida y llevada por el viento del Espíritu florece en el corazón sin mas ruido que el del amor.   

Este precioso párrafo del   nº 2 de VDq, lo expresa bellamente.

Las personas consagradas, quienes por la consagración «siguen al Señor de manera especial, de modo profético», son llamadas a descubrir los signos de la presencia de Dios en la vida cotidiana, a ser sapientes interlocutores capaces de reconocer los interrogantes que Dios y la humanidad nos plantean. Para cada consagrado y consagrada el gran desafío consiste en la capacidad de seguir buscando a Dios «con los ojos de la fe en un mundo que ignora su presencia», volviendo a proponer al hombre y a la mujer de hoy la vida casta, pobre y obediente de Jesús como signo creíble y fiable, llegando a ser de esta forma, «exégesis viva de la Palabra de Dios»