Este año la solemnidad de la Encarnación del Verbo esta transida por la luz de la Pascua. El misterio que va a llegar a la plenitud con la resurrección de Jesucristo, hoy comienza silenciosamente a hacerse realidad por el gran amor de Dios que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad y por la fe de una jovencita que, confiando en las palabras del ángel, se abandona al poder de Dios.

La providencia nos permite contemplar lo que Jesús en el evangelio de Juan dice de sí mismo: “salí del Padre y he venido al mundo, otra vez dejo el mundo y me voy al Padre”. En las entrañas de María, el Verbo que salió del Padre se desposó con la naturaleza humana, para poder, unidos a Él, introducirnos en el mismo seno de la Trinidad. Y, como para que en María aconteciera esto, hizo falta el consentimiento de su libertad, así para que se dé en nosotros esta admirable inhabitación de Jesucristo en nosotros y nosotros en Él, es necesario nuestro consentimiento.

Hay diferencias y similitudes notables entre la Encarnación del Verbo en María y en la encarnación de Jesucristo en la vida del cristiano. Ella nos aventaja porque fue creada Inmaculada para albergar en su seno al Hijo de Dios, sin embargo, al ser ella su madre y nuestra madre, se convierte en la aliada de su Hijo para llevarnos a Él y en nuestra aliada para ayudarnos a llegar a Él. Los puntos que tenemos en común con María son abundantes, como ella somos humanos, finitos; como ella, el medio para acceder a la intimidad con Dios es el de la fe; como ella, la mayoría de nosotros, somos creyentes; como ella, hemos sido elegidos gratuitamente por Dios para hacernos parte de este singular desposorio.

Jesús mismo dijo que su madre y sus hermanos son los que los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen. Esta es la clave para que este misterio llegue a la plenitud en nosotros: escuchar la palabra y ponerla por obra. Es el discipulado de lo cotidiano de ir conformando nuestros pensamientos, sentimientos y obras con los de Cristo. Decir que sí a lo que Dios nos propone, no basta; tenemos que plasmar ese sí en la vida y amar al Padre y a nuestro prójimo como Él los amo, con su mismo Espíritu.

La Encarnación del Verbo en María se hizo en un instante, la encarnación de el Hijo de Dios en nuestras vidas se hace a cada instante ¡Visto de esta manera cada momento es la alborada de una posible encarnación!.

 

Sor María Luisa Navarro