Uno de los sentimientos de Jesús, posiblemente el más recurrente, es la compasión. Un ejemplo  lo tenemos en el evangelio de este domingo que nos cuenta cómo un leproso se le acercó y puesto de rodillas le suplicaba si quieres puedes limpiarme y él sintió lástima es decir se compadeció, tuvo compasión.   Sin embargo la compasión tiene sus detractores Uno de los pensadores más influyentes en la configuración de nuestro mundo, ese mundo que nos gustaría fuese mejor, dice en uno de sus provocadores aforismos que es preciso huir de ella.

¿Por qué habría que huir de la compasión?  Se interpreta como sinónimo de mezquindad y debilidad, también “porque denigra a quien compadece al ubicarle en una situación de superioridad y al compadecido  al considerarlo débil e incapaz de solucionar sus propios problemas”.

Pero ese tipo de compasión no es el nuestro, no es el cristiano, no es el de Jesús.  La compasión de Jesús va enriquecida con la ternura, ternura que aquí se expresa con ese sencillo “lo tocó”

Jesús “toca” al enfermo y tocar, en este contexto y por los vocablos empleados significa “abrazar”  “abrazo prolongado” en suma, que Jesús abrazó al leproso, un abrazo intenso y f, un abrazo de los de antes de la pandemia, en los que nos fundíamos con el niño, con la madre, con el amigo, con la persona querida. Un abrazo que no hace ascos de virus contagiosos ni de normas paralizantes.  Uno de esos abrazos que liberaban endorfinas de felicidad.

«Compasión significa » Con-pasión» «con-padecer», «padecer con» también en versión más libre, «disfrutar- con»,  «apasionarse», «sentir pasión,» sentir amor».

En definitiva , Jesús  sintió lástima, se compadeció ¡ y -con qué dosis de ternura!- de aquel pobre hombre  condenado a vagar lejos de la gente, forzado a gritar «¡Impuro! ¡impuro!» avisando así de su propia  peligrosidad .

Ante tan denigrante situación ¿Cómo no sentir lástima? el corazón humano de nuestro Maestro no pudo permanecer impasible.

La compasión de Jesús, la compasión cristiana no denigra, no humilla sino que sana, dignifica y limpia. «Quiero se limpio»  quien se acoge a ella no lo hace desde la indignidad sino desde la confianza y la seguridad de sentirse en territorio amigo. ‘si quieres, puedes limpiarme”,   En nuestro espacio  no hay altos y bajos todos medidos por el mismo rasero el del amor que salva y enaltece,  el que según  Nietzsche mata, según Jesús vivifica.

Jesús tiene lástima, tiene compasión no hace ascos ni de la situación de aquella persona ni de las normas que impone lejanía. Jesús tiene las cosas claras, no ha venido a abolir la Ley sino a darle cumplimiento, es decir, a completarla, a colocarla en el lugar que le corresponde, siempre en segundo plano con respecto al hombre. Por eso primero abraza y cura luego manda presentarse al sacerdote para cumplir la legalidad.   Aunque, precavido él, le advierte “no cuentes a nadie lo que ha pasado”, fue una invitación a la complicidad, los dos tenian algo que esconder. El leproso rompió la orden de aislamiento al acercarse y dejarse abrazar, Jesús debería haberse distanciado, debería  haber huido, no de la compasión pero sí del contagio. Por tanto “callemos que esto quede entre tú y yo”. ¿Callar? Habría que ver a aquel hombre preso de la euforia gritando a pleno pulmón que estaba limpio, estaba curado y había recuperado la dignidad y la legalidad. Ya no contagia impureza sino alegría.

Si dolorosa había sido su exclusión social, mucho  más insoportable fue saberse excluido de Dios. La enfermedad, la desgracia eran consideradas un castigo divino «¿!Quién ha pecado, él o sus padres?». La actitud de Jesús con respecto al leproso no fue una simple y comprensible conmoción. A cualquiera de nosotros nos asomarían las lágrimas a los ojos al contemplar el desamparo de aquellas pobres personas pero la reacción de Jesús nos está mostrando algo mucho más importante, la nueva imagen de Dios.  Dios no excluye, no condena, no desprecia sino que abraza a quien le grita desde el fondo del abismo al que le ha precipitado no solo la desgracia sino quizá también la culpa. Ciertamente al Dios del Antiguo Testamento ya se le llama el  Compasivo y ya se nos muestra «piadoso y clemente» pero la actitud de Jesús va mucho más allá, su misericordia no se limita a quien le invoca sino al hijo que se aleja para dilapidar su herencia, a la oveja que perdida arriesga la seguridad de las noventa y nueve que quedan en el aprisco mientras el Pastor se dedica a intentar rescatarla. Sí, Dios no excluye, no castiga, abraza. Dios tiene corazón, tiene lástima, tiene compasión. No hay que huir, de la compasión sino  asumirla.

La compasión más ternura, la compasión de Jesús,  lo que  mata es la idea de un Dios   terrible y vengativo y revitaliza la del  Dios de la bondad y la misericordia. El Dios Padre, hermano y amoroso que pende de la Cruz.

Sor Áurea Sanjuán Miró, OP