Jesús, como uno de tantos hacen cola para recibir el bautismo de conversión, tan anónima es su presencia que solamente Juan la percibe: “Juan, al ver a Jesús que venía hacia él, exclamó: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo».

Poco antes había proclamado: «Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo».

 

El fragmento de hoy llama la atención por su brevedad sin embargo es la clave para entender todo el evangelio, para entender “todo lo que se decía de Él”, eso que María, como se nos ha dicho hace unos pocos días guardaba en el corazón, para responder a la extrañeza de los nazarenos que se decían entre sí “¿No es el hijo de José? ‘¿No es su madre María, que vive entre nosotros? ¿De dónde saca tanta sabiduría? Para dar respuesta a los apóstoles, que todavía con el susto en el cuerpo por la tempestad, exclamaban “¿Quién es este que hasta los vientos y los mares le obedecen? ¿Quién es éste? Es la pregunta que también brota de nuestro corazón en momentos de reflexión y oración.

 

Isaías nos lo describe:

Así dice el Señor:

«Mirad a mi siervo…

No gritará, no clamará,

no voceará por las calles.

La caña cascada no la quebrará,

el pábilo vacilante no lo apagará.

Promoverá fielmente el derecho, …

Para que abra los ojos de los ciegos,

saque a los cautivos de la prisión,

y de la mazmorra a los que habitan las tinieblas».

 

Así es ese hombre que pareciendo uno más entre los hombres, suscita preguntas, causa extrañeza y asombro, atrae seguidores que han de ser como él y como él han de pasar haciendo el bien.

 

Pero ¿quién es este hombre? Aquí está el quid. Se rasgan los cielos, el Espíritu aletea y la gran Voz declara: “Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto”

                 

Sor Áurea Sanjuán Miró, op