Una muchacha llena de Gracia, es la protagonista que cambió la vida de muchos, no todos se han enterado.

En nuestro pragmatismo queremos ver y tocar. Pero las cosas de Dios escapan a nuestra capacidad de comprensión. Nadie puede hablar de ellas con propiedad. Sólo Aquel que habita en la profundidad de cada corazón nos las puede dar a conocer.

Mientras tanto nos entretenemos con la imaginación. Imaginar la casa de Nazaret y al ángel como los pinta, por ejemplo, Fray Angélico, nos agrada y puede ayudar, porque intenta expresar la suprema dignidad de lo que se pretende representar, pero también, si no logramos trascender el lenguaje, podría desviar nuestra atención de la profundidad y magnitud del Misterio.

Ni la casa ni la muchacha diferían de las casas y de las muchachas de aquel entonces, insignificante pueblo. Recordemos: “¿De Nazaret puede salir algo bueno?» Juan 1, 43-46.

¿Qué tal si despojamos a María de los ricos trajes y la sacamos de los suntuosos salones con que se la ha representado, y la pensamos con zapatillas y ropa de ir por casa barriendo un suelo sin revestimiento de baldosas y ni tan siquiera de cemento? 

Puesta de alpargatas y delantal, es decir, en medio de las tareas cotidianas debió sorprenderla el ángel y ¡qué sorpresa la suya! «¿Cómo puede ser eso?»

Como una mujer  más del pueblo, no presumía de su dignidad sino que se manifestaba, al igual que después Jesús, «como una de tantas».

Y una de tantas era porque no fue escogida por su maravillosa perfección, sino que Dios al elegirla la hizo maravillosamente perfecta. «No tengas miedo, has hallado gracia delante de Dios».

Su mérito, si puede hablarse así, fue su sencillez y su humildad, sentirse sierva y también, como Jesús, saber que no había venido para ser servida sino para servir. «He aquí la esclava del Señor». «Al enterarse de que su prima Isabel la necesitaba, fue corriendo y permaneció con ella unos tres meses». Su mérito, si puede hablarse así, fue secundar la voluntad de su Señor, al igual que su Hijo en el Huerto de los Olivos: «Hágase tu voluntad, hágase la tuya y no la mía”. «Hágase en mí según tu Palabra».

Su mérito, si puede hablarse así, el permanecer abierta, receptiva al don de Dios. Así es como fue «la llena de Gracia».

La bellísima escena descrita por Lucas nos habla de la cercanía de Dios y es María quien nos lo acerca. «¡Así pues, está Dios en este lugar y yo no lo sabía!» Génesis, 28,16. Por María está entre nosotros el Santo, el hijo del Altísimo. Al que puso por nombre «Jesús».

Sí, una graciosa niña nos trajo a Dios, por ella el Inaccesible Dios se hizo pequeño y vulnerable. «Dios con nosotros».

Feliz Navidad. Que la celebración de esta fiesta nos sirva para profundizar en este Misterio. Para enterarnos que Dios está con nosotros y lo está por aquella que es bendita entre todas las mujeres.

                                                                                    Sor Áurea Sanjuán, op