Esta celebración hunde sus raíces en la Maternidad divina de María, el arcángel Gabriel le anunció que su hijo sería llamado Hijo del Altísimo, a Él se le daría el trono de David, su padre y su reinado no tendría fin. De este modo, al ser ella la madre de aquel por quien y para quien se hicieron todas las cosas, “cuyo reino no tendrá fin”, es la Reina Madre. Esta figura aparece en la visita de los tres magos al niño Dios en el portal de Belén. María se muestra como la que habiendo dado a luz a su primogénito, lo sostiene en brazos y lo ofrece para que los magos adoren al rey a quien venían a buscar.

Aparece también al pie de la cruz. Jesús había dicho que su reino no era de este mundo, Él, a precio de su sangre,  reconquistó su reino para Dios. Y ella es reina a precio de su compasión dolorosa junto a la cruz de su Hijo. María es reina por su maternidad divina y por su colaboración en nuestra redención.

Tenemos en María una reina que es, como lo decimos tantas veces en la Salve, Madre de misericordia, y esto despierta en nosotros una confianza filial que nos hace estar seguros de su intercesión, sabemos que con nuestras necesidades hace lo mismo que hizo en Caná, le dice a su Hijo: no tienen… y esto, en el orden de lo material  y en el orden de lo espiritual.

Ella, que aceptó al pie de la cruz ser madre de todos, quiere que la acojamos en nuestro corazón para que le dejemos que nos ayude a tener la forma de Cristo.

¡María, como Jesús, reina sirviendo, ejerciendo su maternal misericordia para con todos los que se acercan a ella y para con los que, sin acercarse necesitan de su auxilio!