Parece que sí. Por lo pronto se le acerca uno que le dice: “Dile a mi hermano que comparta la herencia conmigo” y luego propone una parábola, la de un rico que ante una gran cosecha proyecta ampliar sus graneros y con ellos a rebosar planea darse la gran vida. ¡Qué necio! No sabe que aquella misma noche morirá. ¿Para quién será lo acumulado?

¿Cuestión de dinero? No. Cuestión de equilibrio, de una adecuada jerarquía de valores.  Aquí no se trata de tener o no tener, ni de renunciar a lo que se tiene, tampoco de culpabilizarse  ni de sentir la inquietud del escrúpulo por  si debería dar y compartir más. Esto son cuestiones de otro lugar, en este fragmento se trata más del sentido profundo de la vida y del lugar que ocupa en él lo que poseo o sobre todo lo que anhelo poseer. Jesús no se mete en líos tan comunes como el reparto de una herencia del que con demasiada frecuencia hacemos conflicto y cuestión tan pasional que llega a romper entrañables lazos familiares. No se mete porque ¿quién lo ha nombrado juez? En tales asuntos no se puede banalizar ni tampoco dejar que se vulneren mis derechos y por supuesto cuidar de no ser yo quien perjudique a otro.

 Hay que relativizar en el sentido de colocar cada cosa en su sitio y darle su justo valor sabiendo que la codicia incapacita para la vida y que no conviene traspasar los límites de lo caduco, pues de lo contrario  éste, lo perecedero, será mi dueño y yo su esclavo. ¿De que me sirve conseguir un palmo más de tierra si pierdo un hermano?

¿De que me serviría lucrarme hasta alcanzar la riqueza? Me serviría para pasar más necesidad, pues sabemos que éstas aumentan con el aumento de poder adquisitivo. Cuanto más tengo, más necesito. Ya lo dice el refrán: “No es más rico el que más tiene sino el que menos necesita”. Y lo dice la experiencia de cada uno de nosotros.

No. No es cuestión de dinero, es cuestión de sensatez, de no ser necios. De dar a las cosas, a los bienes, el valor que tienen, sabiendo que nunca podrán alcanzar ni sustituir el auténtico sentido de la vida.

                                                                                          Sor Áurea Sanjuán, op