Julia Rodzińska (1899-1945) fue una religiosa dominica polaca que murió en el campo de concentración de Stutthof durante la Segunda Guerra Mundial. En 1999 fue beatificada por el papa Juan Pablo II junto con otros 108 mártires de ese periodo, convirtiéndose en la primera monja dominica elevada a los altares.
Tras la muerte de sus padres, fue acogida y educada por las hermanas dominicas bajo la dirección de sor Stanisława Lenart. Estudió en el Centro de Formación de Docentes de Nowy Sącz y, a los 17 años, decidió ingresar en la congregación de las Hermanas de Santo Domingo. Al vestir el hábito adoptó el nombre de sor María Julia. Posteriormente se trasladó a Cracovia, donde completó sus estudios y obtuvo la licencia de maestra permanente.
Durante su labor pastoral y educativa trabajó en distintas localidades de Polonia, como Mielżyn, Rawa Ruska y Vilna. Se dedicó especialmente a los huérfanos y a los niños más pobres, prestándoles atención tanto en lo material como en lo educativo.

Con la ocupación soviética de Vilna en 1920, las hermanas dominicas fueron apartadas de sus tareas y se vieron obligadas a vestir ropa seglar. Pese a las restricciones, sor Julia continuó su labor docente de manera clandestina, incluso bajo la posterior ocupación alemana. En 1943 fue arrestada y encarcelada en Łukiszki, donde sufrió torturas y permaneció más de un año en aislamiento.
En 1944 fue trasladada al campo de concentración de Stutthof, donde recibió el número de prisionera 40992. Las condiciones eran extremadamente duras: hambre, suciedad, falta de higiene y epidemias. Aun así, sor Julia destacó por su solidaridad con los demás reclusos. Compartía lo poco que tenía, elaboró un rosario con una rebanada de pan y animaba a los prisioneros a mantener la fe y la esperanza.
Durante una epidemia de tifus, decidió atender a los enfermos del bloque judío, al que la mayoría evitaba por miedo al contagio. Allí repartió medicinas y agua hasta que ella misma contrajo la enfermedad. Falleció en Stutthof en febrero de 1945, poco antes de la liberación del campo.
Su vida es recordada como un ejemplo de entrega y fidelidad a sus valores cristianos. Los supervivientes la describieron como una mujer serena y llena de fe, incluso en medio de la adversidad.