Una invitación a la esperanza
Como un hermoso anticipo del camino sinodal que hoy recorre la Iglesia, las hermanas agustinas de Orihuela invitaron generosamente a sor Mª Luisa Navarro y sor Begoña Cartagena, a viajar juntas a Madrid; gracias a esta invitación fraterna, y a su vínculo con la comunidad agustiniana del Escorial, fue posible que ambas se hospedaran en el convento de San Lorenzo de El Escorial durante la Jornada Mundial de la Juventud, en agosto de 2011, para asistir a la convocatoria del Papa Benedicto XVI con jóvenes monjas en el Patio de los Reyes. Allí vivieron un momento inolvidable al encontrarse con el entonces Superior General de los Agustinos, Robert Prevost, OSA, quien hoy guía a la Iglesia universal como Su Santidad el Papa León XIV.

Aquel encuentro fraterno, cargado de sencillez y profundidad espiritual se dio en el contexto de una cena comunitaria, al que estas monjas llegaron tarde. El hoy Papa se mostró profundamente atento con las hermanas, ayudándolas a servirse los alimentos, con una amabilidad que reflejaba una auténtica vocación de servicio. Su sencillez y espíritu fraterno dejaron en ellas una huella imborrable. Actualmente ese momento adquiere un valor especial al recordarse que el protagonista de aquel momento sería llamado a ocupar el pontificado de la Iglesia Católica. La cercanía y humildad que demostró en aquella ocasión ya anticiparon el carácter pastoral que hoy marca su papado.

Este gesto, que podría parecer pequeño, fue en realidad una expresión concreta del Evangelio vivido: “El que quiera ser el primero entre vosotros, que sea su servidor” (Mc 10,44). Ya podríamos, sin saberlo, ver en él la sencillez de quien, años más tarde, ha asumido el peso del pontificado con el mismo espíritu de servicio.
Hoy, reconocemos en el Papa León XIV a un hombre profundamente enraizado en la vida de los pueblos. Su testimonio nos anima a vivir una Iglesia sin fronteras, profundamente encarnada en la realidad de los más sencillos, y con una mirada de esperanza sobre la Iglesia.

Que este recuerdo nos impulse a vivir con mayor alegría y compromiso nuestra vocación al servicio del Reino, allí donde el Señor nos ha sembrado y al recordar este momento, dar gracias a Dios por haber compartido una experiencia tan humana y tan espiritual con quien ahora guía a toda la Iglesia. Que el Señor renueve nuestra entrega, con el deseo de ser también nosotras mujeres de cercanía, de escucha, y de esperanza.
Que este testimonio anime a otras y otros a abrir el corazón al llamado de Dios, y a descubrir en la vida consagrada una forma fecunda de servir y amar.