Para revivir a Jesucristo, a lo largo de los siglos, y evangelizar, no todos los consagrados actúan de igual modo. Sus vocaciones peculiares les complementan en hacer presente al Cristo total. En unos predica; en otros sanar los cuerpos, en otros iluminar inteligencias enseñando, otros promueven la justicia y solidaridad, en otros van apareciendo formas nuevas de hacer el bien material y espiritual a la sociedad, y en un Monasterio se intenta diariamente orar al Padre en forma prolongada, dando a toda la Iglesia un latido incesante de amor responsal e intercesión maternal. Ningún ser humano queda excluido de ello, pero alguien ha de garantizar su cumplimiento.
Hoy, se ha acentuado tal vértigo en la forma de actuar, aun en los más comprometidos apóstoles, que se recorta la oración y silencio de mirada amorosa a Cristo, el gran Amor que ha de fructificar las actividades.
Y aunque se oyen también voces como “¡Tanto quehacer en el mundo!…y esos hombres y mujeres ahí…en plena alienación colectiva!”
Complementariedad. Nadie puede ser todo al mismo tiempo, y el todo se consigue con la unión de las partes. La vida monástica no es un elemento decorativo. Como la lámpara del Sagrario, no es detalle suntuario, tiene la misión de insinuar: ”Detente y mira, está el Señor ahí”. Nuestra función es arder ante el Viviente, quemarse diariamente insinuando lo mismo a todo el planeta.

La complementariedad orante de los monasterios, eso sí, ha de ser auténtica, no mixtificada. Es de las que más peligro corren del anatema del Apocalipsis (3, 16) “Porque no eres ni frío ni caliente, voy a arrojarte de mi boca”. El pueblo de Dios necesita a Cristo entero, no amputado. La campana de un Monasterio, ha de suponer, no un repique inoportuno, sino la invitación de Jesucristo a su Eucaristía, sus espacios orantes, de que el Viviente, el Amigo, el Padre, está siendo amado e interpelado a un tiempo, y glorificado en nombre y en favor de todos.
Un Monasterio no desea ser pieza de museo que da lustre a una ciudad, y tiene algo más que ofrecer una Oficina de Turismo, sino un corazón que bombea vida por las venas de cada vecino sin que se percate, o unos pulmones que le permite respirar mejor, gracias a cierto Oxígeno Invisible, pero INDISPENSABLE.
Os suplicamos una oración por nuestra fidelidad y nunca llegar a ser cierta en nuestro Monasterio la cita anterior del Apocalipsis. Os necesitamos con vuestra propia intercesión.
Monasterio de Santo Domingo de Guzmán – San Cugat del Valles