La reflexión que comparto hoy con ustedes tiene un punto central del que se pueden desprender numerosos rayos, como pasa con el eje de la rueda de una bicicleta. Lo central es Jesucristo y nuestra filiación divina, que nos incorpora directamente a él e injerta nuestra frágil vida en la del que es Camino, Verdad y la misma: Vida de Dios. Los “rayos” son tantas y tantas situaciones por las que va pasando nuestra existencia desde que nacemos hasta que morimos, si tienen a Cristo como centro, tienen sentido y tienen su misma fuerza para que en ellas crezcamos y nos planifiquemos.
El hombre que busca la felicidad en personas y bienes suele olvidarse, que si no tiene por centro a Jesucristo, nunca podrá ser del todo feliz.
Hemos sido hechos para ser hijos en el Hijo: gozando, viviendo lo cotidiano, sufriendo y también gloriándonos en la gloria del que nos ha creado.
Los misterios del rosario son los misterios de la vida de Cristo a los cuales accedemos por la fe, los sacramentos y la meditación de sus misterios en el Santo Rosario, en el que, por mediación de María, nuestra oración llega al corazón de Cristo y de él brotan para nosotros las gracias que suplicamos, o las que nos conviene.
¿Qué ser humano puede decir que no goza, que no sufre, que no vive la monotonía de lo cotidiano, que no le gusta gloriarse con los éxitos y los logros de su vida? El rezo del rosario nos permite la comunicación directa entre los misterios de la vida de Cristo y todos los momentos por los que pasamos en nuestra vida terrena. Son como una fuente inagotable de los cuales mana Vida para nuestras vidas. Es una forma simple sencilla y a veces hasta monótona, en donde al repetir los padres nuestros, las aves María y los glorias, estos van como arando la tierra de nuestro corazón para que allí germine la semilla del Verbo, tal vez no en el momento en que rezamos pero si en el momento en que necesitamos un amigo para compartir el gozo, un hermano que manifieste su cercanía en lo cotidiano, un consolador en el dolor, un
médico que cure nuestras heridas, un esposo que festeje nuestros logros porque son los de su gracia en nosotros. Esto tiene valor para nosotros mismos y para las personas o situaciones por las que rezamos. Animémonos a poner bajo el flujo de esta corriente de gracia, que son cada uno de los misterios, a todos nuestros hermanos que han pedido nuestra oración, y a los que no saben o no pueden rezar para que a todos llegue la fuerza de la Vida de Cristo, en las circunstancias en que se hallen.
¡Qué nuestra Madre, la Virgen del Rosario, nos siga enseñando a descubrir la insondable riqueza de esta práctica de oración, a fin de que no haya nada en nuestras vidas que no brote del centro que es Cristo y no tienda hacia él como a su fin!
Sor María Luisa Navarro Ramos, OP