Dios, que desde antes de la creación del mundo nos ha elegido para ser santos e irreprochables ante él por el amor, nos envió a su Hijo único para que por medio de él, y en, lográsemos la plenitud de nuestro ser. Dentro de este maravilloso y amoroso plan de salvación hay una criatura singular, no por el hecho de ser de naturaleza distinta a la nuestra, sino por haber sido creada sin pecado original, esta criatura pura y bella es María, la llena de gracia. En previsión de los méritos de Cristo fue concebida pura, sin mancha. Con esto, preparaba Dios a la persona que iba a ser la madre de su Hijo, primogénito de toda criatura, Jesucristo.

La gracia que recibió María es distinta a la nuestra y al mismo tiempo igual a la nuestra ¿A caso estamos ante una contradicción? ¡No, estamos ante una excepción! La gracia que recibió María es distinta a la nuestra porque solo ella nació sin mancha con la misión de ser madre del Hijo de Dios; y es igual, porque proviene de la misma fuente, la vida de la Trinidad. La gracia en ella y en nosotros es la participación de la vida de Dios, solo que ella recibió la plenitud de la gracia, Dios la eximió de la herencia del pecado original.

Reconocemos que la gracia de María es única, pero salvando las distancias, humildemente, podemos decir que tu gracia bautismal y la mía, también son únicas. Como dicen los Padres de la iglesia, la gracia es como el agua, que alimentando cada vegetal hace que cada uno crezca según su especie y condición, según el ser que Dios les dio. 

María supo usar del talento de su gracia, libremente decidió acogerla y dejarse nutrir solo por ella ¡En esto es madre y maestra! Ella dijo “sí” al anuncio del ángel, “sí” cuando tuvo que visitar a su prima Isabel, sí cuando tuvo que huir a Egipto, “sí” cuando su hijo dejó su casa para empezar a llamar a sus discípulos, y sobre todo, “sí” cuando vio morir a su propio hijo y aceptó ser madre nuestra, madre de los que mataron a su hijo y de los que en el tiempo íbamos a ir aprendiendo lentamente a adherirnos a él. Ella es la que puede enseñarnos a decir sí a la gracia de Dios, a ser plenamente libres para orientarnos en cada una de las circunstancias en dirección a él. La gracia de la Inmaculada Concepción de María floreció en libertad para adherirse al plan de Dios, qué ella nos enseñe a cultivar cada día el don de nuestra gracia bautismal para que florezca en esa misma libertad, que es la de permanecer en Cristo.

Es verdad que al no tener pecado original podía conocer y querer sin esa inclinación que nosotros tenemos hacia el mal; sin embargo, ella también podía, como Eva, decir “no” al plan de Dios, y nunca lo hizo. Pidamos en este día en que conmemoramos la Inmaculada Concepción de la Virgen María, que ella nos enseñe a ser verdaderamente libres bajo el poder de la gracia.

Publicaciones Similares