Comentario al Evangelio del Domingo XXIX del T.O.- Ciclo C
Si se nos preguntase a cada uno de nosotros cómo entendemos eso de la Fe ¿qué responderíamos? Posiblemente algunos se encogerían de hombros sin saber qué responder, otros, más decididos, responderían: “La fe es creer aquello que no se ve”.
Pero la Fe es algo más.
No es solo la adhesión a una doctrina, a unos dogmas, que nos hablan de algo que ni vemos ni entendemos.
La Fe no es ciega como la pintan, es clarividente y no está reñida, como se cree, ni con la razón ni con la ciencia. La fe no es algo ancestral, oscuro ni infantil, es una convicción que arraiga profundamente en quien la posee.
La Fe es estar seguro y confiado sabiendo que hay Alguien que nos acoge y sostiene, del que nada ni nadie me puede arrancar.
Es la fe de la viuda que persevera en su insistente petición, segura de ser escuchada.
Aunque el texto nos puede llevar a confusión.
Hay que decir que en este relato la figura del juez no está simbolizando a nuestro Dios. Nos está diciendo: “Si vosotros que sois malos dais cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a quien se las pida!”
La parábola quiere resaltar el VALOR Y LA EFICACIA DE LA ORACIÓN CUANDO SE PERSEVERA EN ELLA. Es la actitud de esa mujer indefensa y necesitada que con su perseverante empeño acaba consiguiendo ser escuchada.
Esa es la fe que se nos pide.
Una Fe que es confianza y seguridad. UNA FE QUE NO CESA DE ORAR SABIENDO QUE EL PADRE DIOS NOS DARÁ SIEMPRE AQUELLO QUE ES BUENO PARA NOSOTROS.
Orar, perseverar, confiar, esperar contra toda esperanza, es la Fe a la que se refiere ese lamento con el que termina el Evangelio de hoy:
«Cuando venga el Hijo del Hombre ¿encontrará esa FE en la tierra?”
Sor Áurea Sanjuán, OP