Este Año Jubilar, se celebra desde el 24 de diciembre de 2024 hasta el 6 de enero de 2026, su lema «Peregrinos de la esperanza», nos ayuda a acogerlo como un tiempo de renovación espiritual, perdón y encuentro, e invita a centrarnos en la esperanza, la reconciliación y la justicia. Supone un acontecimiento de gran importancia espiritual para la Iglesia Católica, para fomentar la confianza en un nuevo renacimiento. 

En este peregrinar es importante encontrar señales y guías que conozcan los caminos que llegan a la meta, que tengan experiencia de la vida real. Las vidas entregadas de los mártires son una rica herencia viva y siempre al alcance de nuestra mirada de fe, su entrega sigue interpelándonos, su perdón sigue inspirándonos.

El día 31 de agosto de 2025, Año Jubilar de la Esperanza, se cumplen 89 años del martirio de Sor Josefina Sauleda. monja dominica. Beatificada el 28 de octubre de 2008 en Roma, junto a otros 497 mártires, víctimas de la violencia. Es un buen momento para recordar su vida entregada. Lo que sigue es un fragmento de la carta que nos escribió Fray Jesús Díaz Sariego, entonces provincial de Hispania, con ocasión del traslado de los restos de la beata Josefina, desde la cripta del Monasterio de Montsió, de Esplugues de Llobregat, a la iglesia, el 28 de mayo de 2016.

“…Nos resulta muy difícil comprender el sufrimiento humano al que fue sometida la hermana Josefina, solamente por ser una mujer de bien. Hemos conocido de ella que se había distinguido por su clara inteligencia, su viva personalidad, su expansiva y jovial vitalidad. Mujer de profunda fe y con gran amor por los más necesitados y enfermos. Como enfermera conoció el dolor y sufrimiento de muchos enfermos, abandonados y olvidados. Los alivió en la enfermedad y los acompañó en el último trance de la vida. ¡Qué Pascua tan llena del amor de Dios realizada en personas concretas, con rostro y con nombre, para ella!

Hace unos días he tenido la oportunidad de visitar a nuestros hermanos en Almagro (Ciudad Real). Lugar, como sabéis, donde varios jóvenes dominicos y sus formadores también fueron martirizados en 1936. Algunos de ellos ya han sido reconocidos por la Iglesia como mártires beatos de Almagro. Ante su tumba he orado y recordado a todos aquellos que sufrieron el martirio en circunstancias similares y muy difíciles para la Iglesia, entre ellos a nuestra beata Josefina.

Puedo decir que ante su testimonio he sentido algo especial. No puedo negar, por un lado, el sentimiento de tristeza que tal recuerdo me produjo. Me preguntaba: ¿Por qué los humanos llegamos a tal aberración? ¿Por qué, como así lo acredita la memoria, los seres humanos nos constituimos en algunas ocasiones en dueños y señores de la vida de otros?

Me costaba encontrar una respuesta ante hechos tan injustos e incomprensibles. Pero, por otro lado, he vivido la admiración de encontrarme con la memoria viva de quienes entregaron su vida por Dios sin odio ni rencor. También la admiración de aquellos que no claudicaron en su amor a la Iglesia. Ante esta doble admiración, la tristeza se fue venciendo y convirtiendo en una gran paz y serenidad.

Los mártires nos transmiten mucha paz. La hermana Josefina os transmite mucha serenidad interior. Esta es la alegría pascual. ¡Sí! La paz de quien es capaz de perdonar la injuria y la serenidad de quien no se deja llevar por la tentación de la venganza. La bondad de quien cierra las heridas del recuerdo y sutura la memoria. En Dios y desde Él, quien ha sufrido la persecución martirial, solamente alcanza a vivir la reconciliación en el perdón y la misericordia. En el testimonio de la beata Josefina y de tantos y tantos mártires en nuestra historia encontramos la mejor fuerza de Dios para la vida de cada día. El martirio de nuestras hermanas y hermanos siembra en nosotros la voluntad de ser más fieles al Gran Mandamiento del Amor a Dios y a los hombres y mujeres de cada tiempo.

Hermanas, nuestra mártir Josefina mostró en su vida cualidades hermosas para la vida comunitaria y fraterna. Vosotras ahora tenéis su legado en vuestras manos. Al recordar su persona renovamos al mismo tiempo nuestra responsabilidad en el presente. No olvidéis a los que más sufren. Pido la bendición de Dios para todas y cada una de vosotras. Os veré pronto. Os aprecio mucho y os llevo en mi mente y en mi corazón. Me despido con esta poesía escrita por un gran dominico, (Fray Miguel Iribertegui) que, ante la muerte de nuestros mártires, pronunció:

“Al mancharnos en sangre
se calmó la fiebre de quererle.
Los ángeles cerraron nuestros ojos
a la noche de afrentas.
Los abrieron al alba de tu cielo.
La Virgen besó nuestras heridas
y con ella Jesús, el más hermoso
nos besó en la frente,
allí donde le habíamos pensado.
Y nos besó en el pecho
allí donde le habíamos querido”.

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