Sor María Fátima Alomar, OP
Monasterio San Domenech de Sant Cugat, Barcelona
Quien descubre el tesoro escondido no puede ocultar su alegría, el que encuentra la perla preciosa comparte su gozo.
Una religiosa del colegio donde estudié, me invitó a asistir a una Eucaristía en la Renovación Carismática. Me llamó la atención la alegría, la sencillez y confianza de cómo los hermanos se dirigían al Señor. Comencé a asistir a los encuentros semanales. Después de un tiempo en la Renovación, asistí a la Asamblea Nacional en Madrid. Fueron tres días de gracia en los que vi claramente que tenía que entregar mi vida a Dios. El Señor se sirve de los acontecimientos para mostrarnos el camino para seguirle. Una amiga me invitó a asistir a un encuentro en la Fraternidad de San Charles de Foucauld. Tuvimos una hora de oración ante el Santísimo y en ese momento de silencio descubrí que me sentía más cerca del Señor que en la oración de alabanza con los carismáticos.
Esta experiencia me hizo reflexionar ante estas dos realidades. Opté por ir a la Fraternidad y dirigirme con el sacerdote que nos acompañaba. En una de mis visitas me dijo que tenía vena de contemplativa. Esta afirmación me hizo pensar. En la Fraternidad había un joven, Onofre, que había tomado la decisión de ingresar en la Orden de Predicadores. Muchas veces hablábamos sobre la vocación religiosa. Yo le preguntaba cómo sabía que el Señor le llamaba. Como he apuntado hace un momento, el Señor se vale de los acontecimientos para mostrarnos el camino, pues bien, un día llame a Onofre para hablar y me dijo que iba a visitar a las Monjas Dominicas. Yo le pregunté si le podía acompañar: ¡claro que sí, voy a buscarte a casa! Llegamos al monasterio, cuando entré en el locutorio y vi a la Comunidad, tuve muy buena impresión. Una amiga de la Fraternidad había sido monja dominica durante quince años y luego dejo la vida religiosa. Salíamos muchas veces a tomar algo, en nuestra conversación le hacía preguntas sobre la vida contemplativa…Me animó a hacer una experiencia.
Así que, fui al monasterio para hablar con la M. Priora, y el 13 de febrero de 1983, a las 4 de la tarde entraba en el monasterio; he de confesar que iba con mucho miedo. Una hermana me tranquilizó: «No te preocupes, si Dios no te llama, no pasa nada.»
Cuando fuimos al coro para el Oficio de Vísperas, me impresionó el canto tranquilo de los salmos…, el Oficio de Lecturas, en una palabra, toda la Liturgia de las Horas.
Por la noche en la recreación, también me impactó la fraternidad y la alegría de las hermanas.
Una experiencia que tuve cuando tenía 17 años, visité con mi madre a las Monjas Carmelitas, me quedé impresionada por su alegría. Ahora en las dominicas revivía esta experiencia.
A los tres días de mi estancia en el monasterio, estábamos cenando en el refectorio, súbitamente sentí una paz que para mí fue un signo claro de que Dios me llamaba a la vida contemplativa.
Al concluir los días de experiencia regresé a casa, pero los fines de semana los pasaba en la hospedería del monasterio.
Por entonces estudiaba música y una amiga que era pianista tenía que dar un concierto, me pidió si podría girarle las hojas de la partitura, le dije que encantada.
Al cabo de unos días la asociación de “Amigos de la música” me mandaron una carta invitándome a ser miembro de la asociación y a dar algún concierto. Al leer la carta, al momento la rompí, yo tenía que tocar para el Señor.
El 13 de mayo, Nuestra Señora de Fátima, a los 22 años de edad ingresé en el monasterio de Santa Catalina de Siena de Palma de Mallorca. Mientras iba de camino con mi madre y hermanos me puse a llorar, mi madre me preguntó si quería que volviéramos a casa, a lo que respondí, ¡no, al convento! Al entrar en el monasterio me inundó una gran paz, como si hubiera estado ahí toda la vida.