Es un momento solemne, de esos que encogen el corazón. Alguien se va y se va para siempre. Es el momento de la impotencia, del respeto y la veneración. También del acatamiento y la sumisión. La muerte está delante, sencilla y a la vez invencible. Parece frágil, parece que pudiéramos hacer algo, un simple gesto para alejarla de nuestro ser querido, pero no, implacable no retrocede ni ante nuestros desvelos ni ante nuestra congoja. Es el momento de las últimas  voluntades, esas que se respetan siempre. Y Jesús está expresando la suya.

“Si me amáis, guardaréis mi Palabra”

Esa Palabra que no es mía, es la del Padre, aquel que es más que yo. Pero el Padre y yo somos uno. Salta la contradicción, pero el Espíritu nos lo enseñará todo, nos lo aclarará todo.

Entre tanto el condicional se repite ahora en negativo

“Si no me amáis no guardaréis mis palabras”

Reclama amor, un amor contrastado con mi realidad. Es aquello de “obras son amores y no buenas razones”.

Escuchar y guardar su Palabra es a la vez causa y efecto de ese amor.

Es la prueba, la que evidencia mi veracidad. Si escucho y cumplo su Palabra lo estoy amando, si no la cumplo no amo. Es lo que en otro lugar y con otras palabras afirma el mismo evangelista: “Quien dice que ama a Dios, pero no ama a su hermano, es un mentiroso”.

Su última voluntad es el amor. Un amor que sí o sí ha de pasar por el hermano pues al fin esa exigencia sintetiza su Palabra: “Ven, bendito de mi Padre porque tuve hambre, estuve desnudo, encarcelado, enfermo y me socorriste”.

Va más allá. El Padre, Él y el Espíritu vendrán a lo hondo de nuestro ser y ahí  establecerán su morada. Nuestro Dios no es un Dios lejano que habita en las alturas. No hay que correr ni hay que volar para alcanzarlo. Basta bucear, penetrar en ese hondón que constituye mi ser. Ahí, “dentro de vosotros está”, lo encontraremos.

De nuestro interior surgirá a borbotones la paz. Una paz, la de Jesús, no la del mundo, irradiará a nuestro alrededor. Una prueba más de la fecundidad de su Palabra cuando es escuchada y cumplida. Y esa es su última voluntad.

Sor Áurea Sanjuan Miró, OP

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