Hoy les propongo reflexionar sobre tres palabras que podemos recibir como que que proviene de la fiesta que celebramos, la de la presentación de la virgen María en el templo. las palabras que les propongo son: presentar, dedicar y realizar. 

Presentar es poner algo en presencia de alguien o bien dar gratuita y voluntariamente algo a alguien. Si aplicamos esto al episodio, narrado por uno de los evangelios apócrifos, en el que los padres de María presentan a su niña en el templo de Jerusalén a Dios, entendemos que lo que ellos hacen es darle a Dios la hija que de él han recibido, consagrarle su niña al Dios altísimo. La segunda palabra: dedicar, es decir destinar algo a un fin determinado. Cuando dedicamos o consagramos un altar, por ejemplo, estamos dedicando ese objeto a Dios; lo mismo vale para cuando se trata de una persona, solo que aquí entra en juego su libertad. La persona tiene que asentir a lo que Dios le propone o negarse a realizarlo. Antes de que sus padres dedicaran a María en el templo, es más, desde antes de la creación del mundo, Dios la pensó, para ser Madre de su Hijo, Jesús. La consagración de María, como la nuestra por el bautismo, la vida consagrada o la ordenación sacerdotal, antes de ser un acto nuestro, es una elección amorosa de Dios. Los padres santos de la niña María escucharon la inspiración de Dios, y la realizaron al presentarla en el templo. Ella, como nosotros, cuando creció, tuvo que elegir libremente la gracia de su misión; responder personalmente, y dijo: “hágase en mí según tu palabra”. Aquí nos encontramos con la tercera palabra: realizar. Ella realizó el plan que Dios pensó para ella. Esto, no se puede dar sin la actitud de escucha que nos presenta el evangelio de la misa de hoy: “bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen”. Para poder presentar, dedicar y realizar, antes hemos de aprender a escuchar la Palabra, porque de esa escucha surge la respuesta libre, es decir la respuesta que elige el bien que nos propone el Señor.

En manos de María presentemos nuestras vidas, tal como estamos (alegres o tristes, agradecidos o insatisfechos, serenos o estresados…) en la presencia de Dios y pidámosle que nos alcance la gracia de un corazón silencioso, que escuche la Palabra, que le deje a ella, la Palabra, ordenar nuestro corazón y darnos la fuerza para realizar lo que nos propone.

Sor Mª. Luisa Navarro, OP

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