María, Amparo en Nuestros Desvalimientos 

El prefacio de la misa de Nuestra Señora de los Desamparados lleva como epígrafe: “La Virgen María, Amparo de nuestro desvalimiento”, prerrogativa que también es destacada en el cuerpo del mismo prefacio. Allí también, la iglesia nos la propone como modelo de fidelidad a la Palabra y estímulo constante para nuestra caridad.

Continuando con la idea de vivir cobijados en el abrazo de María, que les compartí en la reflexión anterior; la celebración de hoy me sugiere que, desde dentro de ese mismo abrazo, pongamos en el corazón de la Virgen nuestros desvalimientos personales, familiares, comunitarios, mundiales. Ella que acogió al Verbo de Dios que se encarnó en su seno, como madre de hijos pequeños que no pueden valerse por sí mismos, ha de enseñarnos a escuchar y dejar crecer en nosotros la Palabra viva y eficaz de Dios: Jesucristo Nuestro Señor. Si esa palabra, día a día, va ganando terreno en el corazón de cada uno, es muy posible que experimentemos mayor gozo y facilidad en la

práctica del mandamiento del amor: “… que os améis unos a otros como yo os he amado (Jn 13,34). Todos sabemos que este amor se expresa en las virtudes que San Pablo señala cuando en la primera carta a los Corintios dice que el amor es paciente, bondadoso, sin envidia, no es jactancioso, no es arrogante ni grosero, no busca su propio interés, no se irrita, no guarda rencor, no se alegra de la injusticia, se regocija con la verdad, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”.

Esta forma de vivir, que es el expresar el amor en virtudes en los ambientes en que transcurrimos nuestros días, es la gracia que podemos pedir hoy a la Virgen.

 Que ella, que acoge a la humanidad entera, de la cual Jesús es el primogénito de todos sus hermanos, limpie los oídos de nuestro corazón para que podamos escuchar al Espíritu Santo y secundar su moción a amarnos como Jesús nos amó.

Sor Mª. Luisa Navarro Ramos, OP

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