La liturgia de hoy nos presenta en el evangelio una parábola en la que un rey había invitado a un banquete de bodas. En el transcurso del convite repara en que uno de los invitados no llevaba traje de fiesta. Se le acerca y entabla un diálogo con él; le dice: “amigo, ¿Cómo has entrado aquí sin vestido de boda?” A lo que el evangelista añade “el otro no abrió la boca”.
Consideremos tres elementos de esta frase, que pueden servirnos para iluminar la vida. El rey toma la iniciativa de acercarse a este invitado y le llama amigo, se interesa por la causa por la que él no tiene vestido de fiesta. Y esta persona calla.
Dios es Verdad y es Amor y, cuando nos llama amigos es porque así nos considera, nos ha creado a su imagen y semejanza, le interesamos tanto, que nos ha enviado a su Hijo que se encarnó por nosotros y murió por nuestra redención, nos ha creado a cada uno para que seamos sus amigos. Cuando caemos, cuando fallamos en algo, Él se acerca y nos llama “amigo”, “amiga”; Él mediante el diálogo quiere recomponer la amistad que nos une. No nos quedemos callados; si no podemos hablar, postremos el corazón ante Él, lloremos ante Él. Recordemos que Él modeló cada corazón humano, que conoce hasta el fondo nuestras potencialidades y debilidades y que nos ama como amigos y quiere que participemos del banquete de bodas.
Cuando leo esta parábola, pienso: ¡si solo hubiera abierto la boca y hubiera pronunciado de corazón la palabra “perdón”, seguro que hubiera seguido disfrutando del banquete! Es lo que hizo el buen ladrón, María Magdalena, San Agustín y el salmista.
Dios es el único que puede derramar sobre nosotros el agua pura de su Espíritu, purificar cualquier mancha y darnos un corazón nuevo; mejor aún, puede hacer de cada mancha una ocasión para mostrar su misericordia entrañable. No nos quedemos callados, digámosle cuantas veces sea necesario: “crea en mí un corazón nuevo… renuévame por dentro con espíritu firme”.
¡Qué en este día, María Reina y Madre de Misericordia,
nos enseñe a “abrir la boca” ante nuestro Dios,
¡nos ayude a adentrarnos en el camino de la oración!
¡Qué ella como Madre Reina nos ayude a perseverar en ese encuentro,
por medio del diálogo o del silencio,
por medio de un gesto o de las lágrimas;
nos tome de su mano!
¡nos mantenga en su presencia y no nos suelte
hasta que Él purifique nuestro vestido de fiesta!
Sor Mª Luisa Navarro, OP