Comentario al Evangelio IV Domingo de Pascua ciclo C. Jn. 10,27-30

Nuestro mundo es un estallido de ruido. Un torbellino de distracciones, en nuestro bolsillo se acomoda un pequeño dispositivo, es nuestro teléfono móvil, algo que se ha hecho indispensable. Con él nuestra ubicación queda al descubierto, cualquiera puede saber dónde nos encontramos; con él cualquiera podría husmear en nuestras relaciones más privadas; con él cualquiera podría averiguar nuestras aficiones y estilo de vida; con él cualquiera por muchas sofisticadas medidas de seguridad que adoptemos podría perturbar incluso nuestras cuentas bancarias; con él sin embargo y paradójicamente nos sentimos libres.

Contra este sin sentido y contra este galimatías, nos previene el Evangelio de hoy. Utiliza imágenes arcaicas pero cotidianas en el tiempo de Jesús. Habla de rebaños y ovejas y habla sobre todo del Buen Pastor; imágenes que normalmente son tan rechazadas ¡No somos borregos! En cambio para quienes  nos movemos en terreno religioso resultan entrañables.

Evitamos el anacronismo de interpretar con criterios modernos expresiones de dos mil años atrás y disfrutamos con la experiencia de intimidad y seguridad que ofrece el mensaje original.

Son imágenes que tienen corazón. No están hechas de algoritmos, sino de sentimientos y emociones. No nos relacionan con increíbles “inteligencias artificiales” sino con alguien que nos ama entrañablemente.

Nuestra relación con la tecnología y nuestra dependencia de ella pueden llevarnos a un estado de distracción constante, pero al encontrar momentos de quietud y al escuchar la voz de Jesús, podemos redescubrir lo verdaderamente importante en la vida.

Jesús no es un líder que, manipulando sentimientos y emociones, fuerza al seguimiento. Es un Maestro que invita y atrae por su oferta de VERDAD y  VIDA. Con él sentimos respetada nuestra libertad.

No somos borregos. Somos discípulos, hermanos, hijos. No somos siervos, nos llama amigos. Nos ama y lo amamos. No son las imágenes sino la profundidad que quieren expresar

Jesús dice: mis ovejas escuchan mi voz; es uno de los múltiples pasajes donde Jesús nos habla sobre la profunda relación entre él y sus seguidores.

Hoy la voz del Buen Pastor puede resultarnos difícil de escuchar entre la algarabía de voces que reclaman nuestra atención, entre ese continuo ir y venir de llamadas, WhatsApp y notificaciones. Un continuo o vibrar en nuestro bolsillo, que pretendiendo mantenernos al día de todo lo que sucede nos ausenta de la realidad.

No caemos en la cuenta, pero entre todas esas notificaciones podría haber una muy especial ¿Seríamos capaces de distinguir entre ellas la voz del Buen Pastor?

Agucemos el oído. Escuchemos la voz de nuestro Cuidador, puede ser un susurro entre miles de decibelios pero que si escuchamos con atención y dedicación resonará clara y distinta.

Sor Áurea Sanjuan Miró, OP

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